El Barcelona demostró en San Mamés, por enésima vez, que esta temporada es un equipo indefenso. Y no precisamente porque sus defensas flaquearan en el duelo ante los bilbaínos. Muy al contrario, Araújo se fajó en el papel de corrector, Koundé cuerpeó con la sabiduría de antaño y volvió a destacar en la distribución de la pelota, Cancelo subrayó que puede ser generoso en los defectos pero nunca racanea en el coraje, y Cubarsí retrasó otros casi cien minutos ese error que todos sabemos que llegará a no mucho tardar, porque de aplazarse solo dos o tres partidos más estaríamos hablando de un jugador sobrenatural.
Pero el Barça de Xavi lleva zapatos de cristal, y lo más normal es que su carruaje de fútbol se convierta irremediablemente en calabaza a medio baile, sin necesidad siquiera de que suene la primera campanada a medianoche. Ayer, incluso con las motivaciones nada desdeñables de alcanzar la segunda plaza liguera y de paso tirarle la caña a un Madrid que va líder pero también va justito, acabó empatando y tercero. La purria de siempre, vamos. Y la fatalidad de costumbre, la cual también compareció en dosis generosa.
Tras veinticinco minutos de mantener el pulso a un Athletic tan vibrante y pegajoso como el Verano de Vivaldi, las lesiones de Frenkie primero y Pedri después acabaron con Gündogan obligado a bajar a la base de la jugada, despoblando así de últimos pasadores la zona de tres cuartos de los azulgranas. Bueno, de los blancos y azules ayer, uniforme histórico y tal pero severamente impregnado de tremenda mufa. Era el momento de una reacción no ya brillante, si acaso adecuada desde el banquillo de los Hernández y compañía. Pero de nuevo se hizo patente que lo mejor que sabe hacer este 'staff' es, sin duda alguna, dimitir.
Lejos de articular ningún tipo de recurso para convertir una salida de balón generalmente pulcra en amenaza seria para el rival 30 metros más adelante, al interino pero no por ello más astuto cuerpo técnico barcelonista el equipo se les fue adormilando como un abuelo después de comer en agosto. Y acabaron encomendando la remota ilusión del barcelonismo a un Joao Félix al que le faltan pero bastantes caballos en el motor para navegar por rías como la bilbaína, donde los canales se cierran muy pocos segundos después de abrirse. El resto, como escribió la poetisa Emily Dickinson, es prosa. Y lo que nos queda.
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