Equivocarse con Bernardo Silva
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Aunque Pep Guardiola señale la falta de una oferta "adecuada" que abra definitivamente el melón del traspaso de Bernardo Silva al Barcelona, e incluso explicite su voluntad de "luchar para extender su contrato" con el Manchester City, yo sigo confiando en lo que mejor define la carrera del menudo crack portugués: su fiabilidad cuando está, como en este caso, en posesión de la pelota. Y no solo por su entusiasmo al hablar de nuestra Liga o por esas imágenes de su infancia enfundado en la camiseta del 50º aniversario del Camp Nou. Que también. Sino porque la historia de Bernardito clama alto y claro contra los hombres de poca fe.
Viéndolo falto de talla, muslacos de búfalo, tatuajes en el cuello o abdominales, no han sido pocos quienes se han atrevido a menospreciar su capacidad para dominar en la élite. Y uno tras otro se han ido saltado los dientes contra un espeso muro de hormigón cuidadosamente armado sobre el talento, la anticipación y una comprensión fecunda del juego. Por donde Bernardo pisa, brotan oasis futboleros. Y no deja de resultar irónico que el Barça haya reactivado su fichaje tras la artera marcha de Dembélé: nunca se conoció mayor erial en este deporte que la tierra quemada por el francés en su infame singladura como maltratador de la banda derecha azulgrana.
El Barcelona más hegemónico que se recuerda atacaba, por encima de cualquier otro impulso, al galope de dos futbolistas: Andrés Iniesta y Leo Messi. Varias veces en cada partido, albaceteño y argentino abandonaban en el momento preciso su tranco relajado y su observación del peloteo. En súbito rapto, limpiaban rivales a pierna cambiada con diagonales diabólicas y, en una exhibición de que el fragor no siempre está exento de criterio, dejaban la jugada a los pies del grito de gol. Su superioridad no solo era una cuestión de pericia, sino también de ilustración. Xavi fue un espectador privilegiado de cómo ambas rozaban la perfección en cada arrancada de los dos genios... y lleva tiempo viendo en Bernardo al émulo más perfecto de aquel vértigo.
Obvio, Guardiola lo reclutó del Mónaco en 2017 para hacer exactamente eso. Con erótico resultado. Pero Pep también es ese entrenador que cree en sacudir los equipos cada pocas temporadas para mantener la tensión competitiva y, sobre todo, evitar que sus plantillas renieguen en masa de ese perfeccionismo suyo que en ocasiones roza el acoso. Resulta que las mismas campañas que Ousmane en su eterno naufragio azulgrana, seis, lleva el portugués siendo citizen. Y como Bernardito es, sobre todo, amigo de la lógica y azote del absurdo, apuntar a un cambio de aires no resulta descabellado.
De cristalizar el cambalache, el IQ futbolístico del Barça saltará varios escalones hacia arriba sin solución de continuidad. Tal es el impacto de cambiar un cerebro de Mosquito por el de un catedrático. Bien es cierto que Bernardo puede optar por renovar con el City del triplete y no deberíamos extrañarnos de ello. En especial si el Barcelona sigue pendiente de esos 60 millones apalancados cuya volatilización no puede permitirse si aspira a que la Liga consienta su agenda de inscripciones y salarios. Se trata de un fichaje muy complicado en la situación actual del club. Pero no se apresure usted, astuto lector, a cometer el mismo error que cometieron tantos y tantos prepotentes convertidos poco después en impotentes bajo su hechizo: equivocarse con Bernardo Silva.
P. D.: Nos vemos en Twitter: @juanblaugrana