Un sucinto resumen de la singladura del Barça en este año 2023 arroja un buen número de hitos funestos. No importa el orden en el cual se coloquen, su mera enumeración es como la narración evangélica del calvario. Este martirio incluye una eliminación sumaria e inexcusable antes incluso de alcanzar los octavos de Europa League. Por si fuera poco, la competición continental deja el siguiente y desasosegante cambalache: el Liverpool pasa de ganar 2-0 a perder 2-5 en la visita del Real Madrid a Anfield en la Champions y, pocos días después, en idéntico escenario pero en partido de la Premier, los reds le endosan al mismo Manchester United que condenó al ostracismo a los azulgranas nada menos que siete goles. Ocho, si contamos para el marcador definitivo el cruel desplume del gallito Garnacho.
También destacan las lesiones de Dembélé, Pedri y Lewandowski, émulo ofensivo de cuando se rompieron Araújo, Koundé y Christensen durante el primer tramo de la temporada, las cuales han tatuado de nuevo el vértigo entre las sienes del barcelonismo. De manera habitual en el fútbol todas las plantillas son estupendas hasta que varias estrellas se lesionan a la vez y hay que achicar agua procedente de más de una vía. Ahí llegan los atascos y las impotencias, el viento se cansa de soplar a favor y vira dramáticamente su empuje en dirección al rostro. Los ojos castigados lloriquean, la altivez por una buena temporada se desvanece y la penuria llama al telefonillo porque sabe que estamos en casa.
Y lo que es peor, la acompañan los debates sobre fichajes, con especial atención a las ventas, que adelantan los biorritmos de l'entorn a ciclos más propios de junio. Provocando además el cisma entre quienes se entregan al entretenimiento del fichajeo y quienes consideran oportunismo y falta de decoro hablar así de los jugadores que ahora mismo sostienen las aspiraciones culés. Encima, lo ilusionante de esta fiebre del oro futbolera, las incorporaciones, no han llegado todavía ni a la primera criba. Y sobre todas ellas pende la espada de Tebas El Ecuánime, uno de esos hombrecillos tan aficionados a repartir moralina como ausentes de moral.
Pero, sobre todo, pesa el singular oprobio del caso Negreira, ante el cual el Barça se encuentra la peor de las situaciones: cumple pena de telediario sin haberse demostrado aún corrupción alguna, y no tendrá más remedio que sufrir el más crudo revanchismo de sus rivales deportivos y políticos, los cuales se permitirán además ejecutarlo disfrazados de virtuosos, lobos mesetarios bajo raída piel de cordero. Además, en el improbable caso de que salga indemne por el otro lado de la ordalía judicial y deportiva, incluso si se demuestra más allá de toda duda razonable que en el asunto hubo deslices pero nunca delitos, por supuesto no recibirá disculpa ni restitución alguna.
Sin embargo, con todo, el primer equipo del Barça resiste a la insoportable levedad de su propio ser como si sus entretelas se hubieran forjado en la mismísima fragua de Vulcano. Y eso que Xavi se confiesa agrietado por el cargo: "Mis peores días los he pasado como entrenador del Barcelona", aseguró en un acto esta misma semana con esa mezcla de pragmatismo y contrición que, en el fondo, suele caracterizar a los optimistas impenitentes. Su equipo, de momento, capea la tormenta con una fuerza hercúlea. En todas las previas se habla de cómo el destino le va a volar por los aires los palos del sombrajo pero, una vez llegados al césped, este Barça se sostiene en su fe como una catedral de pétreos arbotantes. Es cierto que en el horizonte más cercano se divisan aún más nubes negras en forma de partidos decisivos a los cuales llega en franca desventaja. Pero, como Herman Melville puso en boca del contramaestre Starbuck en la inmortal Moby Dick: "No quiero a nadie en mi barco que no tenga miedo de la ballena".
P.D.: Nos vemos en Twitter: @juanblaugrana