Hoy toca arrancar esta columna aludiendo al que sin duda es el mejor programa de la historia de la televisión: Tu casa a juicio Vancouver. Si es usted uno de esos inadaptados sociales que jamás lo ha sintonizado, sepa que consiste en un reality más falso que un cigarrillo de chocolate en el cual dos actores/agentes inmobiliarios recién salidos de un brunch visitan a parejas canadienses diversas pero con casa para proponerles un curioso enjuague en su patrimonio. Ella (Hillary) se pule los ahorros de los participantes en reformar el chamizo -cosa que al parecer revaloriza la propiedad en esos extraños mundos anglosajones, estás tú que aquí se iban a quedar puestos el alicatado y los pladures al gusto del antiguo dueño-, y él (Deivid) les enseña un par de casas nuevas que podrían comprarse según esa cuenta de la lechera.

El climax del show llega al resolverse el dilema que da título original al programa (Love it or list it): una vez concluido el lavado de cara en su vivienda habitual, los propietarios deben decidir si se la quedan así, arregladica y pintona, o si la ponen a la venta para comprarse una de las otras. En efecto, usted lo supone bien: hay un largo silencio entre el momento en el cual los presentadores preguntan a los dueños qué van a hacer finalmente con la casa y la respuesta de la parejita. Pareciera que en ese mismo mutis atrapado en el tiempo se mueve la planificación futbolística del Barça desde que se cerró el mercado de invierno sin una sola alta más que la inscripción de Gavi

Según Tebas y sus muy bien pagados secuaces, este verano la terna formada por Laporta, Cruyff y Alemany tendrá que responder a las demandas de Xavi para reforzar la plantilla preguntándole si lleva algo suelto no ya para traer a algún jugador, sino para pagar el finiquito a los que haya que echar. Vuelve, por tanto, un fantasma que recorrió las oficinas del Barça con sábana y todo antes de que fuera felizmente ahuyentado a palancazos: la hipotética venta de un jugador que, en circunstancias normales, no saldría del club.

Una vez liberado Frenkie De Jong, quien hasta hace bien poco superponía la lástima de verlo malhabitar en diez metros cuadrados con un potencial mercado en la Premier cercano a las tres cifras, el jeroglífico se ha complicado. No solo el neerlandés cabalga como en sus mejores tiempos, sino que además el Barcelona gana, vuelve a dar la talla en los partidos decisivos y, por rendir, rinde hasta Kessié en los ratillos que disfruta sobre el verde. No quiero ser yo el más agonías del barrio, pero convendrá usted conmigo en que cuando para inscribir a un jugador después de marcharse tres hay que recurrir a la justicia ordinaria, y siendo inminente ni más ni menos que la reconstrucción del Camp Nou, esperar algo del calibre de un retorno de Messi se antoja excesivo, por mucho que el pájaro vuelva a aletear de nuevo tras el retraso en la renovación del Diez de Dieces por el PSG. En cualquier caso, los fichajes de un lateral derecho y un pivote, renueve y difiera o no Busquets, parecen prácticamente ineludibles. También la llegada de un delantero, aunque ahí quizá cabe un mayor debate.

Si la extensión de contrato de Dembélé se zanja antes del 30 de junio, lo cual creo firmemente que sucederá, parece que la pena de destierro pasará casi seguro por uno de los otros tres extremos (más aún si uno piensa en el retorno de Abde) y por el adiós del estrambótico Kessié o (sí, amigos) del bravo Christensen, cuyos hipotéticos traspasos solo generarían plusvalías. Cualquier otro desenlace, incluida la venta sumarísima de un Ter Stegen que recuerda al de sus mejores tiempos excepto cuando juega contra el Bayern, se antoja demasiado cruel. Pero, ojo, no es ni mucho menos descartable.

Hillary y David nos recordarían una ley inexorable y común a los ámbitos del fútbol y del porno inmobiliario: el mercado manda. No hay uno, además, donde si quieres comprar algo pero no tienes dinero se te permita hacerlo sin endeudarte o sin vender antes lo tuyo para conseguir liquidez. Pero es que quizá estemos a las puertas de otro aún más peculiar, en el cual el Barça se vea obligado a deshacerse de algunos buenos, incluso muy buenos futbolistas, sin posibilidad de aspirar a traer recambios. Solamente con la esperanza de cuadrar un balance que algunas tardes de invierno parece incuadrable. A ver si, con un poco de suerte, una cantidad respetable de títulos esta temporada endulzan esa píldora que algunos tememos tan amarga.

P.D.: Nos vemos en Twitter: @juanblaugrana