A ver, pues sí, nos vamos a dar un chapuzón en la piscina del oportunismo. Pero no me negará usted, astuto lector, que cuando uno ve los partidos de La Roja de Luis Enrique en el Mundial algo no cuadra y no es precisamente el color de los pantalones, chincha rabiña de madridistas cerriles y titulares de la tarjeta de El Corte Inglés. Al principio del periplo arábigo se imponía cierta mesura: la tremebunda goleada a Costa Rica, siendo un debut de indiscutible pata negra, admitía una nota al pie, la aparentemente bizcochona consistencia de un rival envejecido y entrado en carnes. Una flaqueza personificada en la novedosa relación de Keylor Navas con la gravedad: el guardameta tico ya no sabe desafiarla, solo caer a plomo ante su peso.
Sin embargo, la segunda jornada de la fase de grupos presentó a una España igual de distinguida contra Alemania, un equipo no solo poderoso sino además espoleado por la necesidad. Como reconocería el mismísimo Padre tras revisionar el partido sin estreses, los muchachos hicieron una primera parte excelente y solo la fatalidad de fallar una ocasión clave para erosionar aún más tanto el marcador como la moral germana en la reanudación privaron a los suyos del triunfo y la clasificación por la vía rápida para octavos. Por si fuera poco, la vilipendiada Costa Rica se deshizo con orgullo de una selección de Japón que había logrado pocos días antes una proeza digna del Capitán Tsubasa: remontarle un partido a la tetracampeona del mundo en los 15 minutos finales. Chúpate esa, Karl Heinz Schneider.
Y claro, nos fijamos en el once: Jordi Alba, considerado prácticamente un exfutbolista en el Camp Nou, titular como lateral izquierdo. Busquets, Pedri y Gavi en el medio campo. Ferran Torres en un extremo. Y bueno, de lo demás podemos hablar lo que usted quiera, pero como mínimo me reconocerá que Ter Stegen, estando bien, mejora un par de quilates a Unai Simón (que a mí me gusta bastante, por cierto). Y también que Lewandowski es como si Morata y Asensio hubieran tenido un hijo y les hubiera salido tan bueno como Busi le salió a su padre, aquel extraño portero de pantalones largos y alardes extravagantes. Luego la pregunta cae como una losa en los corazones azulgranas: ¿por qué estos tipos juegan requetebién y plantan cara a Alemania mientras el Barça no mira a los ojos a prácticamente ningún rival grande, de esos con estrellas en su palmarés?
O lo que es lo mismo: ¿por qué España es más Barça que el Barça? Cierto, Luis Enrique es, junto a Pep, el único que ha sido capaz de rubricar un triplete en el banquillo azulgrana. Pero no solo contaba con una MSN que le enchufaba 120 goles por temporada, sino con Xavi, Iniesta y Piqué aún en su prime, entre otros lujos. Luego ese debate no procede, pero en algún sitio debe estar la explicación. Hay algunas cosas evidentes, como que si en los onces mundialistas de Padre no forma Nico Williams... estás tú que iba a jugar Dembélé. Pero también algunas más sutiles, que tienen que ver con el posicionamiento de los interiores, el recorrido de los extremos y la velocidad de circulación, cosas todas que en el Barça actual son muy mejorables. En cualquier caso, no está de más recordar que la selección del régimen se va del Mundial con cero puntos y un goal average de -6 en tres partidos. Lo digo porque quizá la Aspire esa no es la mejor universidad de fútbol que uno pueda encontrar, ¿eh? A lo mejor a Xavi le pusieron demasiadas alfombras rojas y pocos exámenes serios. A la vuelta veremos.
P.D.: Nos vemos en Twitter: @juanblaugrana