Pues el Barça de Xavi acabará el año recibiendo al Espanyol como líder en solitario de la Liga el próximo día 31 de diciembre, a la vuelta de disputar la Copa del Mundo en ese país del que usted me habla. Dicha nación se ha pasado el fútbol por el forro y nos ha encalomado un Mundial a mitad de temporada solo para estar en boca de todo el planeta, así que en esta humilde columna nos vamos a permitir el lujo de hacer justamente lo contrario: ni mentarla. Los resultados culés en la competición doméstica dan la razón, por tanto, a quienes pronosticaban un año de franca mejoría con el técnico egarense a la cabeza de una plantilla remozada. Y, de paso, apuntalan el discurso del propio Xavi de que el paparajote en Champions fue cosa de mala sort. Sin embargo, esta interpretación acepta enmiendas, y no precisamente pocas.

Para empezar, porque el planteamiento inicial de los azulgranas en la visita a Osasuna tuvo, de nuevo, mucho de quiero y no puedo. La autoexpulsión de Lewandowski, a quien alguien del staff técnico olvidó comentarle quién es el nefario Gil Manzano, arrastró a un Barça impreciso al barrizal de una épica que a la postre tuvo tanto de reconfortante como de desaconsejable. En el enjuague del frenesí remontador, algunos defectos azulgranas, como la falta de pausa, la improvisación o el francotiroteo de varios de sus futbolistas, se volvieron paradójicas virtudes. Hasta que, como ya hiciera en Mestalla cargando los cañones de Lewa, Raphinha compareció brevemente sobre el campo para ofrecer a Xavi la llave de una victoria que no por guerrillera deja de amparar un peligroso estado de la cuestión: los planes del técnico azulgrana no salen bien, en especial en los partidos más competidos.

Que Dembelé, indudablemente excelso en el plano físico desde que dejó atrás su celebérrima y carísima colección de lesiones, sirviera en El Sadar para convertir el forzoso 4-4-1 en un 4-4-2 de facto no significa que su comparecencia al inicio un partido más no fuera un nuevo ejercicio de estéril insuficiencia. Tampoco la compactación en el centro del campo que arropó a un Busquets trémulo, con Pedri y De Jong desplegando toda su prestancia para el largo recorrido, puede borrar el recuerdo de que Osasuna se divirtió acosando al mediocentro de Badía durante más de media hora con la facilidad con que una manada de hienas acorralaría a un viejo ñu temeroso.

Cuando la tarjeta roja al pichichi de la Liga estampó un borrón de desesperanza junto al balón del escudo azulgrana, el Barça supo devolverle el esplendor a su estandarte gracias a un disciplinado coraje. Pero la cosa es que en el momento de la expulsión que lo dejó diez contra once ya palmaba 0-1 contra un equipo que solamente proponía empellones y trabuco. Y sus debilidades hasta ese momento no solo fueron flagrantes, sino también reincidentes. Incluso el gol que selló la remontada blaugrana sirvió de incómodo recordatorio: con De Jong al timón del equipo, Dembélé en el banquillo y Raphinha en el extremo derecho, este equipo resuelve. Justo lo que no hizo en Múnich, en Milán, en el Bernabéu... o, sin ir más lejos, en igualdad de condiciones en Pamplona. A ver si en 2023 cambia un poco a mejor este particular.

P.D.: Nos vemos en Twitter: @juanblaugrana