Todo esto de la Xavineta está muy bien, sobre todo porque cualquier cosa es mejor que esa infinita tristeza con banda sonora de los Smashing Pumpkins que se apoderó del Barça en los meses precedentes a la llegada de su ilustre conductor al banquillo. Pero eso no significa que Xavi no sea un poco novato, que lo es. Solo así se esclarecen algunas de sus explicaciones post partido en Milán. La tumba de muchos entrenadores del Barça ha sido y será la incongruencia entre el plan de partido y las alineaciones, y desde luego que los centros al área sean "un recurso" no resulta muy coherente con que solo uno de todos sus potenciales rematadores pase del 1,80. Esto lo decía Koeman y lo matábamos, oiga. Aparte de que al menos él ponía a rematarlos a ese Cristo de Corcovado llamado Luuk de Jong.
En algunos pecados más llevó Xavi su penitencia en el Meazza, porque prever que habría espacio en el intervalo entre lateral y central y no poner a Ansu a atacarlo, seguramente lo que mejor sabe hacer el '10' además de superar traumas, no solo lo dejó sin más argumentos para deslizarse a través de la poblada defensa italiana que los atolondrados eslaloms de Dembelé, eterno futbolista por hacer, sino que además malogró la bala de Raphinha, el único otro jugador de banda capaz de sacudir la confianza de un rival acalambrado mediada la segunda parte. Sostener que Marcos Alonso salió de inicio para jugar el 2 contra 1 junto al brasileño entra ya en la categoría de charanga y pandereta.
Se agradece la autocrítica del de Terrassa pese al manifiesto latrocinio que perpetraron Vincic y Van Boekel, árbitros evanescentes a quienes la UEFA pronto encajonará en naftalina como a tantos otros, con la esperanza de que así se olviden sus tropelías. Pero si un exjugador de super élite como don Xavi Hernández Creus, campeón de todo, admite que no esperaba a un Inter ultradefensivo y colocado "tan en bloque bajo", es que estamos ante un caso palmario de confiar más en los vídeos que en el instinto. Que el Inter se iba a colgar ayer del larguero lo sabían no solo los chinos, que por algo son sus propietarios, sino hasta los habitantes de Sentinel del Norte. ¡No lo va a saber nuestro Xavi, caray!
Quizá por plegarse al entrenador que quiere ser en lugar de confiar en el jugador que fue, quizá por no saber trasmitir el mensaje a sus jugadores con la debida severidad, lo que planteó contra un equipo italiano lo suficientemente débil como para guarecerse hasta el paroxismo y perder tiempo en cada jugada fue lo más parecido a una ranchera en una competición europea que un año tras otro demuestra su talibanismo musical: solo acepta el rock'n'roll.
Y sí, también el partido del Barça fue flojísimo en esa última media hora que Xavi no paró de loar en rueda de prensa. El equipo movió más rápido la bola pero a la hora de la verdad estuvo romo y bizcochón. A menudo prefirió decelerar en las triangulaciones camino del área antes que restallar el látigo, no generó ocasiones más que en rechaces y las permutas y combinaciones entre sus laterales y extremos se enredaron como los cables de unos auriculares olvidados en el bolsillo de un abrigo. En Europa, sea en esta competición o en esa otra de cuyo nombre no quiero acordarme, de aquí a junio el Barça ya solo va a jugar finales. Y en las finales, las novatadas se pagan.
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