Messi volvió ayer de Argentina cansado y con el ceño fruncido. No es novedad, durante muchos años allí faltaron al respeto al mejor jugador del mundo y lo rodearon de una banda de picapedreros a los que concedió el honor de perder cuatro finales, tres de Copa América y una del Mundial (aquel centro del campo con Enzo Pérez y Biglia, la concha de la lora). Sus aterrizajes en El Prat con los hombros caídos tras una nueva decepción con su país forman parte de su historia como rey del fútbol.
Aun así, Leo demostró que era un tipo emotivo y regresó a la Albiceleste poco después de abandonarla en 2016, momento en que argumentó que estaba harto de no ser campeón para justificar la espantada. "No se me dio". ¿Le suena de algo, astuto lector? Solo le faltó despedirse con un burofax.
Sin embargo, ayer no fue lo que dejaba atrás sino lo que le recibía en la Ciudad Condal el motivo de su hastío. Empezando por las patéticas acusaciones de una parte del entorno de Griezmann que sigue sin asumir que su protégé no es una estrella del Barça, sino un buen candidato a la hora de acometer la rebaja salarial que necesita el club.
Por si fuera poco, una inspección de Hacienda aprovechó que tenía todos los huevos de dudoso olor en el mismo cesto, y que además los cogía cruzando fronteras, para retener a Messi y su séquito durante una hora, en busca de algún maletín sospechosamente abultado.
Leo vio un micrófono y rajó: "Estoy cansado de ser siempre el problema del club". Es una forma de verlo. Otra es que el mayor problema de Messi ahora mismo es el propio Messi. Porque fue él quien descuidó sus obligaciones con Hacienda, claro, pero sobre todo porque fue él quien pegó la espantada este verano, acogiéndose a una cláusula vencida de su contrato y a un momento de debilidad de la institución.
Una vez se vio obligado a recoger cable, afirmó que jamás iría a juicio contra el club de su vida. Pero el pleito ya estaba en marcha, y eso dio alas a quienes piensan en el Barça post Messi para machacarlo aún más.
El capitán es, hasta que llegue al Camp Nou un nuevo presidente que lo quiera engatusar, un exjugador azulgrana. Y después de la primera parte contra el Betis, en la que Griezmann se vio libre de su sombra y fue el gran protagonista ofensivo (en llegadas y remates, claro, lo de los goles ya tal), es lógico que desde el bando del Principito se aproveche para malmeter.
Su comprensible objetivo es aprovechar cualquier rendija, por flaca que sea, para convencer al próximo president de que Leo es demasiado caro y problemático para lo que ofrece a estas alturas de su carrera. Y no lo duden: saldrán tíos, exagentes y primos lejanos de debajo de las piedras a la menor oportunidad de señalarlo.
Por supuesto, cuanto más se haga Leo la víctima, peor le irá. Hace no tantos meses, cuando era D10s y no una estrella quejosa y a la fuga, podía haberse sacudido toda la presión con un soplido. De hecho, si hubiera declarado "sí, aquí los entrenamientos se hacen a mi medida y al que no le guste, que se vaya al PSG", su popularidad entre la mayoría de la afición azulgrana no habría hecho más que dispararse.
Pero Leo ya no confía en el Barça, incluso sin Bartomeu. Y entre el barcelonismo ya hay bastante gente que no confía en Leo. El error es pensar que Messi no ha dado tantos motivos para lo segundo como los dieron los malos resultados deportivos y la infame directiva de Barto para lo primero.
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