Lamine Yamal ofrece el Trofeo Kopa al Estadi Olímpic Lluís Companys

Lamine Yamal ofrece el Trofeo Kopa al Estadi Olímpic Lluís Companys EFE

Juanito Blaugrana, un Culé en La Castellana

La montaña mágica

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Defenestrado el Madrid de Xabi Alonso en su primer derbi contra el Atlético, el camino hacia la cumbre de la clasificación liguera quedó expedito para el Barça casi a primera hora del fin de semana. Era lógico que la culerada tuviera sus reservas sobre si los de Flick lograrían aprovechar la bofetada de realidad a su máximo rival. La reciente cascada de lesiones azulgranas y un retorno a Montjuïc que estaba cantado, pese a los esfuerzos de Laporta y su Directiva por ilusionar a los acreedores del club, entreabrían la puerta a una 'pecheada' de época.

Y, en efecto, el partido contra una Real Sociedad mucho más timorata que en versiones pasadas arrancó con dominio yermo de los azulgranas en la primera media hora. Un nuevo enredo de Frenkie en la cuerda infinita de su propia peonza y la molicie de un Lewandowski jurásico tuvieron buena parte de culpa. Debutó Dro, que tiene un pincel en la bota pero ayer fue un artista incomprendido. A excepción de un Pedri con demasiados frentes abiertos, todo a su alrededor eran rodillos y brocha gorda. La incapacidad de Roony Bardghji para arrancar los regates a una distancia adecuada de su par y la lejanía de Rashford de las zonas de remate fueron el colesterol que terminó de taponar la circulación azulgrana. Y, con tan escasa ambición como pingües beneficios, Barrenetxea y Odriozola, quien ni siquiera iba a ser titular, se coordinaron astutamente para poner en ventaja a los visitantes.

Pero quedaba mucho partido. Y este Barça que vuelve a ganar títulos de tres en tres tiene una cosa estupenda: cuando ve que le cuesta jugar, empuja. Especialmente si recibe un gol en contra más cerca del descanso que del pitido inicial. Gracias a ese arrojo colectivo llegaron pases más arriesgados y centros un poco atolondrados, pero también saques de esquina como el que Rashford, cuyo golpeo es un recurso especialmente lujoso en ausencia de Raphinha y Lamine, colocó en la testa de hierro de Koundé. Otra cosa que me gusta mucho de cómo Flick entiende el fútbol es precisamente que, ante la falta de algunos de sus medios y extremos más incisivos, no tiene complejos en proveer al equipo de un nutrido grupo de rematadores grandullones. Por lo que pueda pasar a balón parado, y por muy bien que estén jugando FerranEric Garcia.

El tanto del empate fue mucho más importante de lo que pareció, porque convirtió los ingresos de Dani Olmo, primero, y Lamine Yamal, después, en auténticos mazazos a la entereza moral de los donostiarras. Fue curioso que el plan de partido de Sergio Francisco fuera casi simétrico: también metió al campo en la segunda parte a sus dos jugadores más capaces de inventar caminos originales hacia el gol, Kubo y Brais Méndez. Y, de hecho, ambos ayudaron a que un empate no fuera un resultado final descabellado. Pero la gran diferencia es que el talento de Lamine no solo es gigantesco sino implacable: en la primera que hace, te liquida. Por eso todo el planeta fútbol entiende la atracción entre el prodigio blaugrana y el éxito como natural e irresistible. Gracias a él más que a ningún otro, la montaña del Barça ya no es rusa sino mágica. Hechizo de campeón y del, de nuevo, líder de la Liga.

P. D.: Nos vemos en Twitter: @juanblaugrana