Todavía me tiemblan las canillas. Es fruto de la euforia. Los nervios. La tensión. El sufrimiento en esos momentos en que parecía que el Madrid resurgía de sus cenizas y se metía en el partido. Un fatídico espejismo. El Barça puso el modo trituradora y fulminó al eterno rival. Qué gusto.
Da mucho placer seguir disfrutando a día de hoy de semejantes exhibiciones del equipo al que amas. Son muchos años en la excelencia deportiva. Desde que Ronaldinho devolvió la sonrisa a un club decadente. Desde que Guardiola impuso el sentido común y supo convertir a Leo Messi en el arma letal que ha roto todos los esquemas habidos y por haber en la historia del fútbol. No importa quién esté o deje de estar, el Barça se mantiene en la cúspide gracias al modelo.
Este domingo volvimos a disfrutar de ese maravilloso gozo que a veces se nos olvida. Esos triunfos orgásmicos que solo nuestro Barça es capaz de provocar. Y lo más fuerte de todo es que se hizo sin el mejor de todos los tiempos, Messi.
Más allá de ganar o no al Madrid, la gran prueba del Barça era saber imponerse a la ausencia del astro argentino. Demostrar que por encima de las individualidades, está el equipo. Esta ha sido la mayor prueba de Valverde desde que aterrizó en el Camp Nou. Y la ha pasado con nota.
Valverde tiene errores, como todos, y genera dudas en ocasiones, pero hay que elogiar sus méritos. Pese a su estilo un tanto amarrategui, se está adaptando más que bien al modelo Barça. El equipo sigue brillando.
El Txingurri supo hacer del defecto una virtud, compensando la ausencia de Messi con un equipo más equilibrado, más estable en defensa, que superó al Madrid desde el trabajo y el espíritu colectivo. Rafinha hizo su trabajo a la perfección a pesar de sus limitaciones.
El culé de cuna debe estar orgulloso de que un canterano sea capaz de suplir a su mejor jugador y se imponga a un fichaje que costó 145 millones de euros entre fijos y variables como Dembelé. Futbolista humilde y trabajador, formado en La Masía, que no solo trató de aportar en ataque sino que supo ayudar a Sergi Roberto a tener controlado al siempre peligroso Marcelo.
Messi junto a su hijo Thiago en la grada / EFE
Siempre habrá Messidependencia, porque Messi es el mejor de todos los tiempos. Pero da gusto ver que cuando un equipo se comporta como tal, la colectividad vence al individualismo. Y aún más ver que ese maravilloso jugador vibra, se emociona y siente como cualquier otro culé la victoria de los suyos. Síntoma inequívoco de su generosidad, y de que está metido como el que más.
Lo reconoció hasta el propio Gerard Piqué en rueda de prensa: “De las poquitas cosas positivas que puedes encontrarle a que Leo no esté, que creo que no hay ninguna –matizó–, pero si algo hay es que el equipo puede defender en un 4-1-4-1, lo que da más balance defensivo al equipo”. Así fue.
Gracias al compromiso de todos, incluso de los suplentes Semedo, Dembelé y Arturo Vidal, el Barça demostró que vuelve a ser firme y poderoso candidato a todo. Y lo hizo en su semana grande: tumbó al Inter, dio un baño con manita incluida al eterno rival y fulminó a Lopetegui.