7 de mayo de 2019. El Barcelona cae estrepitosamente en Anfield con un 4-0 histórico que duele mucho. Préviamente, el Liverpool veía sus esperanzas de pasar a la final prácticamente rotas después del 3-0 favorable para los culés en el Camp Nou. Pero los de Klopp consiguieron remontar en la vuelta dejando al descubierto los defectos y la precariedad futbolística que el Barça ya lleva demasiado tiempo acarreando. La historia se repetía: un año antes, volvían a alejarse del sueño europeo perdiendo contra la Roma y en 2017 contra la Juventus. Y lo que es peor: haciendo el ridículo.
Pero volvamos al 7 de mayo. La cara de Leo Messi lo decía todo: mirada perdida, con las manos primero en la cabeza y después en las rodillas, agachado, destrozado... Y frustrado. La "Copa linda", como Messi describió la orejuda al principio de temporada delante de los socios blaugranas pasó a ser la "Copa desgraciada". Recuerdo escuchar comentaristas e incluso los propios culés diciendo: "Messi está harto" o "cuidado si Messi se quiere marchar". Se percibía la inquietud y las ganas del argentino para revertir aquella situación con una decisión drástica. Y así fue.
Messi habló con Xavi Hernández, contactó con él y le pidió que volviera a su casa como entrenador del Barcelona. Paralelamente, la plantilla reafirmaba la confianza en Valverde pero es evidente que el capitán se movía por la inquietud y la pasión de mejorar este equipo con la vista puesta en la siguiente temporada.
La respuesta de Xavi, todos la sabemos. Todavía quiere aprender, crecer y sobre todo ver que el proyecto culé pueda tener recorrido. Viendo este inicio de temporada, el interrogante que Valverde lleva incorporado en la cabeza y la revolución pública de jugadores como Gerard Piqué, es evidente que los jugadores se sienten desconectados del proyecto. Xavi seguramente pueda ser la solución a largo plazo pero queda por ver cómo se reconduce el momento actual.