¿Humillación? ¿Castigo? ¿Burla? ¿Ineptitud? Sigo sin entender cuál es el verdadero motivo de lo que sucedió ayer en el Camp Nou con Antoine Griezmann. Setién lo tuvo calentando prácticamente toda la segunda parte para darle solamente dos minutos en tiempo añadido. Maltratar de esta manera a un campeón del mundo ante su ex equipo me pareció una falta de respeto intolerable, ni Simeone daba crédito.
Cabreado y hundido a partes iguales, su procesión iba por dentro. Me cuentan que Griezmann fue un fantasma en el vestuario culé tras el empate ante el Atlético de Madrid. No se quejó, no levantó la voz, ni siquiera lloró. Tragó a la espera de unas disculpas que podrían llegar hoy por parte del cuerpo técnico blaugrana.
El francés y su entorno cada vez tienen más dudas sobre su continuidad en el Camp Nou. Su rendimiento ha sido pobre y su adaptación más difícil de lo previsto. Griezmann no es del gusto de Messi y ese es su gran hándicap.
Ni el jugador ni el club descartan una salida este mismo verano mientras ayer Luís Suárez pedía el cambio a gritos. No está bien físicamente y fue un caramelo para Felipe y Giménez. El uruguayo tendría que haber cedido su puesto a Antoine pero tras el incendio de Balaídos liderado por el propio Suárez tras ser sustituído, Setién no tuvo narices de hacerlo.
Una vez más quedó claro que el equipo se autogestiona pero el 'caso Griezmann' solo es la punta del iceberg de los problemas de un Barça que se hunde a la velocidad del Titanic. Algunos ya apuestan por abandonar el barco mientras otros como Messi, Piqué y Ter Stegen se quedan solos tocando el violín para disimular el desastre. Pónganse sus salvavidas que la cosa se pone fea.