10 minutos. Es el tiempo que Ernesto Valverde concedió a Ousmane Dembelé este sábado en el Wanda Metropolitano para resolver un partido que se veía perdido. El extremo galo, capaz de lo mejor y lo peor, respondió con un gol soberbio a la confianza del técnico. Un disparo seco y poderoso que se coló bajo las piernas de Oblak para inyectar una sobredosis de energía a un Barça excesivamente timorato, que por momentos renunció a su estilo.

La sangre fría que tiene el francés, de 21 años, podría helar hasta al más ardiente de los mortales. Tanto por esa extraña indiferencia que transmite hacia sus compañeros cuando llega tarde a un partido del que ha sido apeado por castigo del entrenador cuando estaba llamado a ser protagonista, como por la paciencia con la que se prepara el balón para marcar el gol capaz de silenciar a un estadio ocupado por 70.000 fervientes aficionados. Y ya van unos cuantos así.

Ousmane lleva siete goles en 16 partidos a lo largo de 990 minutos disputados. Cinco de ellos –contra el Sevilla en la Supercopa, Valladolid, Real Sociedad, Rayo Vallecano y Atlético en Liga– fueron decisivos para modificar un resultado. Tan solo sus tantos contra el Huesca y el PSV resultaron 'intrascendentes'. Sus registros son abrumadores desde el punto de vista estadístico.

Luis Suárez y Busquets corren a celebrar el gol de Dembelé en el Metropolitano / EFE

Luis Suárez y Busquets corren a celebrar el gol de Dembelé en el Metropolitano / EFE

Luis Suárez y Busquets corren a celebrar el gol de Dembelé en el Metropolitano / EFE 

Tan sorprendente es el rendimiento de un futbolista que llegó con el cartel de “gran talento que marca pocos goles” como las dificultades que presenta para integrarse en las dinámicas de juego y vestuario. Dembelé es una especie de hombre de hielo. El joven de las dos caras.

Adicto a los videojuegos y la comida basura, es un impuntual redomado que vive en una lujosa 'leonera' rodeado de amigos un tanto aprovechados que no ayudan, sino dificultan, su integración en el club que le da de comer (literalmente, pues incluso le contrataron un chef personal). Pero entre la improvisación y la espontaneidad es cuando fluye Dembelé. Un tipo que decepciona cuando se espera mucho de él, y sorprende para bien cuando lo das por perdido.

Si bien ha marcado varios goles decisivos en lo que va de curso, posiblemente el del Metropolitano sea el más importante de todos. No solo porque supone mantener el liderato de la Liga, sino porque evita reforzar al rival directo en la lucha por el título. Es un gol que bien vale un perdón.

Los jugadores del Barça celebran el gol del empate de Dembelé frente al Atlético de Madrid / EFE

Los jugadores del Barça celebran el gol del empate de Dembelé frente al Atlético de Madrid / EFE

Los jugadores del Barça celebran el gol del empate de Dembelé frente al Atlético de Madrid / EFE

Después de su semana horribilis y de un ensañamiento reconocido hasta por Valverde durante el parón de selecciones, Ousmane respondió a la llamada del Txingurri con escaso tiempo de reacción. Todavía tiene mucho que demostrar, pero se ha ganado volver a empezar de cero.

Dicen en can Barça que su talento es descomunal –muy por encima de lo que ha demostrado–, pero también es capaz de desquiciar al esplendoroso Camp Nou con sus decisiones erróneas y torpes pérdidas de balón. En la escuela primaria sería claramente un caso de “necesita mejorar” porque, si se lo propone, puede ser el primero de la clase. Ahí radica el problema. Es una cuestión de fuerza de voluntad. Y eso depende únicamente de él. 

Por todo ello –y porque el Barça, que ha llegado a sondear su venta, no puede dar por perdido a un talento que costó 140 millones de euros–, Dembelé se ha ganado otra oportunidad. Se equivocó y el club le acompañará para volver a la senda correcta. Pero que no se relaje demasiado. Le estaremos vigilando.