El coronavirus ha cambiado nuestras vidas. Al menos, a corto y medio plazo. Las consecuencias serán terribles, por su mortandad y por el impacto económico que tendrá. Todas las empresas hacen ya sus cálculos y el Barça será uno de los grandes damnificados por las suspensiones de partidos y la caída de turistas. Pero no todo son malas noticias para Josep Maria Bartomeu.
En el Camp Nou, desde que empezó 2020, se había instalado un nocivo virus de impotencia y frustración. De querer arrasar con todo. La destitución de Ernesto Valverde y la crisis de las redes sociales activaron a la oposición y a directivos muy próximos a Bartomeu. A un año y pico para las elecciones presidenciales, convenía que el virus del malestar se propagase con la misma virulencia que el coronavirus.
Bartomeu, aparentemente una persona conciliadora pero terca y firme en sus convicciones, no cedió a las presiones internas lideradas por Jordi Cardoner, el nieto de Nicolau Casaus que no hace mucho había descartado la opción de liderar la llamada candidatura continuista. Cardoner, un tipo de lo más soso en sus comparecencias de prensa, tuvo un arrebato de grandeza y se ilusionó otra vez con presidir una entidad que necesita una profunda renovación y, sobre todo, firmeza.
El Barça, como ha sucedido en tantas ocasiones, estaba y está en manos de los futbolistas. Y si no que se lo digan a Joan Laporta, a quien Pep Guardiola rescató de las ruinas en 2008, o al mismísimo Bartomeu, salvado por la MSN en 2015. En una Liga de locos, si ganaba el Barça y palmaba el Madrid, las tensiones menguaban, pero si el equipo perdía en el Bernabéu el virus rebrotaba con más fuerza. Y en esa montaña rusa que los dos grandes habían convertido su duelo particular, la última derrota blanca en el campo del Betis tuvo un efecto terapéutico para los barcelonistas, que a día de hoy mandan en una Liga que nadie sabe cómo y cuándo continuará.
Hoy no se habla de fútbol ni de conspiraciones en el Camp Nou. El coronavirus ha arrasado con todo. O eso parece. En dos semanas intentaremos regresar a la normalidad y sería una buen señal que volviéramos a discutir sobre el envejecimiento de la plantilla azulgrana y su escasa sintonía con una junta directiva demasiado permisiva con algunos caprichos y errática en la toma de decisiones en la parcela deportiva. En tiempo de confinamiento y concordia, Bartomeu, Setién y Messi deben reflexionar. El futuro del Barça está en juego.