Lamine Yamal durante el Barça-Olympiacos EFE
Entre Lamine Yamal y los críticos u opinadores que forman el entorno del Barça hay una brecha generacional insalvable. Lamine es una estrella planetaria que sigue expresándose como un chaval de Rocafonda, tanto delante como detrás de las cámaras, en el plató de la Kings League, en el sofá de su casa o en una historia de Instagram.
Una gran parte del barcelonismo no está preparada para una figura con un tono desacomplejado, triunfal y victorioso, incluso antes de jugar un partido contra el eterno rival. El culé patidor no digiere bien que su estrella, 72 horas antes de un clásico, verbalice lo que él lleva pensando desde hace 50 años: “el Madrid roba”. Mucho menos que, 48 horas antes del partido, lance un “penalti, presidente” en un campito de fútbol 7 del puerto de Barcelona. Y se coge un cabreo tremendo cuando el verde no refleja la superioridad que predica Lamine. El “yo ya lo dije” de toda la vida.
No le gusta al culé de toda la vida que su estrella sea protagonista de la crónica rosa, ni que se ponga la corona en las celebraciones, por mucho que fuese un gesto hacia su pareja. Tampoco que se prodigue mucho haciendo anuncios, por mucho que sea compatible con su faceta de futbolista.
Tampoco entienden que se vaya a Croacia o a Milán en sus días libres, a disfrutar de la vida y la juventud. Existe la convicción en esta generación de culés que la estrella debe transitar de casa al entrenamiento y del entrenamiento a casa. Y si no es así, el mínimo exigible, es que no publicite sus andaduras en Instagram.
Tampoco está preparado el Madrid para un antihéroe como Lamine. Es cómico que el vestuario blanco se levantara en armas contra la supuesta arrogancia del ’10 del Barça: un vestuario acostumbrado, durante las dos últimas décadas, a la chulería de Cristiano Ronaldo y a los shows diarios de Vinicius Jr.
Todo el madridismo —vestuario, dirigentes y prensa afín— disparó contra Lamine Yamal antes del partido y lo acorraló como pandilleros en una tangana auspiciada por un pésimo capitán de La Roja: Dani Carvajal. Nada nuevo bajo el sol: ya se sabe que los jugadores españoles son intocables, salvo que jueguen en el Barça. Que se lo digan a Xavi o a Piqué. Cuando todo el aparato del Madrid actúa al unísono, significa que la orden viene de arriba: todos contra Lamine.
Lamine Yamal ha elegido vivir así. Es una estrella planetaria que se comunica como un chaval del barrio de Rocafonda. “Cuanto más le critiquen, más lo repetirá”, me dice un compañero suyo. Es un joven en edad de instituto que habla como los jóvenes de instituto: entre risas y vaciles. Un tipo natural que dice lo que piensa, delante y detrás de las cámaras. Su fútbol lo colocó en el escaparate y su manera de ser lo ha convertido en un ídolo generacional: el referente de la generación TikTok.