Ves a Joan Laporta saludando, abrazando a los jugadores y al entrenador y nadie podría pensar que el Barça está en crisis y que hay unos socios que han pedido la dimisión del presidente. Todo lo contrario. La imagen dibuja un paraíso azulgrana sano, lejos de padecer tiempos tormentosos ni cambios climáticos, y mucho menos contratiempos de inscripción de jugadores. Parece que aquí no pasa nada.
Oyes a Raphinha responder a la pregunta de un periodista sobre la situación de Dani Olmo y Pau Víctor con notable sinceridad, que si estuviera en otro club, se pensaría si lo mejor es venir al Barça, y entonces el dibujo comienza a parecerse al cartel del 125 aniversario de la institución. Te entran temblores en todo el cuerpo.
Las imágenes del presidente son auténticas, es barcelonista, culé de corazón. Raphinha es el capitán del equipo y está pasando su mejor momento. También quiere al Barça. Pero a Laporta lo hemos visto abrazarse a Xavi Hernández y a tantas otras personas, además de hacer promesas que luego no ha cumplido, y Raphinha es lógico que concentre su opinión en defender a sus compañeros de trabajo. No dice mentiras. En eso la clava. Con el affaire de Olmo el Barça no solo ha perdido crédito, también encanto para los de fuera.
Pero es el Barça a punto de buscar su primer título de la temporada. El Barça que hoy debe superar esa semifinal ante los campeones de Copa y después conquistar la Supercopa ante el equipo al que más gusto da ganar. Un título necesario para calmar los ánimos de la masa social, aunque la oposición ya haya dicho que una cosa es lo deportivo y otra la gestión directiva sobre la que recaen sus críticas. Pero será un título que servirá para que los laportistas repitan aquello de “¡al loro! que no estamos tan mal”, y para que el presidente siga abrazándose a los jugadores y al entrenador, y viendo a los opositores de lejitos.