No es ninguna sorpresa pensar y constatar que Robert Lewandowski pasó de ser el ojito derecho de Xavi, a convertirse en una enorme piedra en el camino. El de Terrassa, siempre con demasiada buena fe ante las personas que no conoce lo suficiente, consiguió convencer al polaco para que fichara por el Barcelona y cumpliera con los últimos años de su carrera dentro de un gran club. Además, teniendo en cuenta su experiencia como jugador y conociendo la casa, también convenció a la directiva de Joan Laporta para que la ficha de Lewandowski fuera subiendo, temporada tras temporada… Un crecimiento que contrasta, precisamente, con el decrecimiento físico de un jugador que ya empieza a tener una edad. Pese a ello, Lewandowski sigue explotando sus dotes futbolísticas y es el actual Pichichi de la Liga con 12 goles en 10 partidos.
Por todo lo comentado anteriormente, parece incomprensible el giro que dio la relación entre Xavi y él hace nueve meses, aproximadamente. En el momento que Xavi se hace prisionero de sus dudas, le entran los celos y una baja autoestima, la relación empieza a romperse. Todo ello, viene acompañado de un malestar por parte de Lewandowski que viene motivado por dos grandes aspectos. El primero, la posición donde juega.
Igual que le pasaba a Jules Koundé, las figuras no se sienten cómodas y brillan menos de lo que ellos creen. El tiempo les ha dado la razón, en este sentido, si vemos cómo juegan esta temporada con los cambios marcados por Hansi Flick. Pero el segundo aspecto es la disciplina. Robert Lewandowski, obsesionado igual que Cristiano Ronaldo con el físico, no entiende la manera de entrenar y, especialmente, la baja profesionalidad que se instala dentro del vestuario. Una tendencia a la que él, irremediablemente, también se apunta. Al polaco le sorprende que Alejandro Echeverría lo visite mientras está en la sala de fisioterapeutas, que entre en el vestuario gente que ni conoce a mandar y, especialmente, que los calendarios de entrenamientos se modifiquen por asuntos personales que nada tienen que ver con el día a día de la plantilla.
La ausencia de liderazgo y las ganas de volver a ser protagonista, hacen que el mismo Robert impulse la famosa cena entre jugadores donde se conjuran para autogestionarse. Pero más allá de la autogestión, hay un tema de fondo: la relación, ahora sí, oficialmente rota con Xavi Hernández. Robert promueve dar, todavía más, una nula credibilidad a las estrategias y tácticas del técnico y pasan a tener una relación absolutamente fría hasta el último de sus días juntos.
No se debe pasar por alto que el rendimiento de Lewy la temporada pasada fue muy vinculado a la situación de Xavi. Estuvo flojo en el arranque de curso y empezó a marcar goles después de que el egarense anunciase que lo dejaba tras perder contra el Villarreal. Rescató su mejor versión para tratar de pelear la Champions con Xavi virtualmente fuera. No brilló en los partidos decisivos de curso, pero su rendimiento volvió a caer en picado tras la ratificación de Xavi. Representado por Pini Zahavi, Robert anhelaba el fichaje de Hansi Flick, cuyo agente es también el israelí. Lewandowski quería estar nuevamente a las órdenes del entrenador que sacó su mejor rendimiento, y lo ha conseguido. Pero llegamos al ahora, porque el pasado es historia.
Esta explicación, nos debe hacer entender el porqué Robert Lewandowski, ahora mismo, no es uno de los actuales capitanes. Hacía falta hacer borrón y cuenta nueva de una temporada para olvidar. Hay damnificados y perdedores, pero ninguno de los nuevos líderes puede recordar una de las épocas recientes más grises de la historia azulgrana. Con Flick y, con el entendimiento del resto de la plantilla, Robert ha vuelto a brillar y a pasárselo bien jugando dentro del campo: es pichichi y referente, pero de puertas para dentro, que deje los líderes para otros. Lamine y otros, agradecen que sea así.