No sé si extrañó o no que Pep Guardiola tuviera que salir al paso esta misma semana sobre su posible influencia en la despedida de Xavi, pero es evidente que entre estas dos leyendas del barcelonismo hay algo latente que no acaba de supurar, un virus que se propaga sin razón de ser y que va camino de contaminar a todo el entorno.

No seré yo quien señale al responsable de esta situación tan surrealista, ni tampoco quien fomente teorías conspiranoicas, ni busque malos y buenos en esta película, pero lo cierto es que para el culé se trata de un pulso tan artificial como irracional, donde el único perdedor es claramente el FC Barcelona.

Nadie sabe muy bien cómo empezó ni tampoco cómo evolucionó y aún menos cómo acabará, pero la única realidad es que Pep Guardiola y Xavi Hernández conviven en dos universos totalmente paralelos. No se puede hablar de enemigos ni de rivales, pero tampoco de una amistad inquebrantable. Se respetan y se admiran mutuamente, pero hay algo entre ambos que siempre los distanció, para bien o para mal.

Ya sea porque Pep se vio amenazado cuando era jugador por ese chaval barbilampiño y de pelo cepillo de Terrassa, o porque Xavi nunca soportó bien las críticas que consideraba injustas e interesadas de un sector de la prensa, teóricamente más afín a Pep -conocido como el 'lobby' entre los bastidores de la profesión-, lo cierto es que siempre mantuvieron las distancias.

Con el paso del tiempo parecía que estas diferencias se habían diluido o al menos estrechado. Xavi seguía su carrera en Qatar, mientras que Pep triunfaba en el City. Sin embargo, el regreso de Xavi a Barcelona alimentó de nuevo ese 'run run'. El de Terrassa no encajaba bien las críticas hacia su trabajo al frente del equipo blaugrana, parapetándose de nuevo en una supuesta conspiración en su contra. Sus acusaciones públicas y no tan públicas a algunos periodistas no hicieron más que alimentar esta teoría.

En su último año, la situación se acabó descontrolando, con un Xavi acorralado por los malos resultados y un juego del todo insuficiente. Ni tan siquiera la presencia de un asesor de comunicación sirvió para amainar las aguas, más bien todo lo contrario. Su ensañamiento a un periodista por lo que escribió tres meses atrás sobre el Barcelona en Europa fue asumida como una declaración de guerra por parte de algunos sectores de la prensa. A partir de ahí, ya no hubo tregua para Xavi, sumido en una espiral de errores y rectificaciones imposible de asumir.

Evidentemente, Pep tiene razón cuando dice que él está muy lejos y que hace más de diez años que no está en Barcelona. Pero su frialdad a la hora de hablar de Xavi denota este distanciamiento latente entre ambos.

Ahora mismo se atisba muy difícil una solución. En un mundo ideal, uno de los dos llamaría al otro, se dirían todo lo que se tienen que decir -si hay algún reproche que hacer-, se aclararían las dudas, se pondrían los puntos sobre las íes y harían tabula rasa. Como en su día pasó entre Xavi y Casillas, en los momentos más beligerantes de Mourinho y con los Clásicos transformándose en un campo de batalla. Ambos hablaron y consiguieron evitar que la sangre llegara al río. Semejante gesto no cayó en caso roto y fueron galardonados con el premio Príncipe de Asturias a la Concordia. En estos momentos, más que un premio o una llamada, se necesita un milagro. Quien de el primer paso tendrá el cielo ganado, o no...