De un tiempo a esta parte, la entidad deportiva a la que tanto amamos los culés, el majestuoso e internacionalmente reconocido FC Barcelona, se ha convertido en una sombra de lo que llegó a ser. Una broma de mal gusto. Año tras año asistimos con estupefacción a distintos episodios que nos esforzamos por defender a capa y espada ante una pléyade de detractores que esperan al Barça babeando, ansiosos, con un cuchillo entre los dientes. Lamentables capítulos que, en muchos casos, y fuera del sentimiento de amor irracional que generan los colores de nuestro querido Barça, son de vergüenza ajena. 

Han ocurrido, desgraciadamente, con todas las juntas directivas. A menudo, las mismas han tenido que recurrir al ya clásico "Madrid nos roba" que acuñó el recientemente dimitido Pere Aragonès hace casi dos décadas. Laporta, un experto generador de ilusión, más habilidoso en conceptos de marketing y comunicación que en su propia profesión, el derecho, tuvo el ingenio de recordar al régimen franquista, de acuñar el término madridismo sociológico y, más recientemente, de amenazar con ir a los tribunales de justicia para defender el gol fantasma que injustamente fue ignorado en el Bernabéu durante la última visita del Barça. 

Pero, como diría el mismísimo Joan Laporta, "que no os embauquen". Está bien dirigir a la capital española algunas de las responsabilidades y persecuciones que ha sufrido el Barça en los últimos años --el caso de Messi con Hacienda y el caso Neymar sufrieron un ensañamiento casi vergonzante de la prensa estatal, pero se habían cometido ilícitos penales punibles en ambos casos--, aunque de vez en cuando hay que lavar los trapos sucios en casa. En el Barça sería conveniente que los dirigentes se miren a la cara entre ellos, o que se miren al espejo, y se digan las verdades. No todo puede ser siempre culpa de otros. 

El escándalo de los avales --una empresa que trabaja para el Barça ingresa 350.000 euros en una cuenta corriente personal de los directivos del club--, los pagos a Negreira, la contratación de jugadores vinculados a un agente que es socio del hijo del presidente, los misterios de los partidos amistosos, la contratación de Vitor Roque pagando un sobreprecio para después despreciarlo, las comisiones de Deco traspasadas a un fondo de inversión, el desproporcionado pago en gestión de redes sociales del Barçagate, las comisiones silenciadas en tantos fichajes --Éric García, Lewandowski, Raphinha, Roque-- y en muchas otras operaciones --Spotify, ¿Limak?, ¿Garden Tona?, ¿caterings?--, las contrataciones de menores penalizadas por la FIFA, las acciones de responsabilidad... demasiadas situaciones que dan vergüenza ajena, que mancillan la imagen del Barça a costa de intereses particulares. 

La última broma de mal gusto es ponerse a jugar con el nombre de Xavi Hernández, mareando esa perdiz infinita del "ahora sí, ahora no", como el que deshoja una margarita, cuando estamos hablando de manchar el nombre del mejor centrocampista de la historia del Barça (junto con Andrés Iniesta). Como se ensució en su día el de Ronald Koeman, mito histórico del barcelonismo, autor del gol de Wembley en el 92, héroe de infancia de un servidor. El bueno de Koeman fue denostado, vilipendiado y maltratado. Como va camino de serlo Xavi. El barcelonismo de verdad no quiere esto. Quiere sentirse orgulloso de su club, de sus ídolos y de sus dirigentes. El culé de a pie quiere quitarse de encima esa constante sensación de timo, estafa y trilerismo. No queremos un Barça que fa vergonya. Las palabras se las lleva el viento. Menos palabrería y más dar ejemplo. Hacen falta hechos.