El Barça es un esperpento. Un club que vivió tiempos gloriosos y que ahora está con la soga al cuello. El curso actual es un desastre. El equipo de fútbol no ganará ningún título y Joan Laporta ha premiado a Xavi Hernández con su continuidad. El de baloncesto también es un equipo en horas bajas, eliminado de la Euroliga por el Olympiacos, en el Palau Blaugrana. El presente es frustrante, pero el futuro no pinta mejor.
Laporta tiene muchos frentes abiertos. Demasiados. El gran problema del Barça es que acumula una deuda de 1.200 millones de euros y con el límite salarial excedido no tiene mucho margen de maniobra. Habituado al lujo y los grandes dispendios, ahora vive al día, apretándose el cinturón.
El Barça necesita grandes cambios. En otros tiempos, Nuñez fichaba al Ronaldo o Rivaldo de turno, y Laporta contrataba a Ronaldinho. Hoy, el mismo Laporta sabe que para fichar algo decente tiene que vender a uno o dos cracks. No sabe vivir con tantas limitaciones.
A dos años de las elecciones, Laporta necesita soluciones. No parecen viables a corto plazo. La próxima temporada será peliaguda y el presiente se ilusiona con la reforma del Camp Nou y con mejorar la economía del club. Más decisivo será el verano de 2025. Para entonces, proyecta dos fichajes sonados: el de Erling Haaland y el de un entrenador top.
El Barça se agarra hoy a los jóvenes. A dos menores de edad con mucha clase y desparpajo. Pau Cubarsí y Lamine Yamal son el futuro del club. En momentos críticos, siempre queda el consuelo de La Masía, pero Laporta necesitará paciencia. Es el momento de construir un nuevo proyecto, sin el abogio de los resultados, y no fichar a futbolistas de medio pelo que no aportan nada.
El Barça de fútbol está tocado. Igual que el de baloncesto. Laporta se cargó un equipo ganador el pasado verano y se encomendó a un entrenador sin experiencia en la élite cuyo gran mérito fue apoyar su candidatura en las elecciones de 2021. Y así, con familiares y amigos en el club, el Barça de Laporta va de mal en peor.