Joan Laporta es víctima del Joan Laporta más impulsivo y ansioso para desgracia del Barça. Hace dos años anunció que las derrotas tendrían consecuencias, pero la realidad no es la que proclamó sino todo lo contrario. Tras un curso horrible que constata la crisis de un club que fue el mejor del mundo y que ahora malvive en España y en Europa, el máximo dirigente optó por dar continuidad al actual proyecto, liderado por un Xavi desnortado, sin discurso convincente ni soluciones.

El Barça de Laporta es un esperpento y Laporta es víctima de una economía de guerra y de las urgencias de un club ciclotímico. En enero, Xavi encontró la fórmula para desactivar un despido  inminente. Anunció que se iría del club el 30 de junio para calmar a sus detractores en una dimisión en diferido que descolocó a todo el mundo: a los directivos, a sus futbolistas y a los aficionados, que prefieren quedarse en casa que subir a Montjuïc para hacer la ola.

Xavi le puso su cabeza en bandeja a Laporta. El máximo dirigente tenía tiempo para planificar el próximo ejercicio. Él y Deco sondearon el mercado en busca de un entrenador fiable. Hubo ofrecimientos interesantes y otros que se descartaron inmediatamente. Márquez se precipitó al expresar su deseo de ser el técnico del Barça y Hansi Flick, el candidato de Pini Zahavi, antiguo socio y amigo del presidente, volvió a clase para aprender español. Laporta, sin embargo, no lo vio claro, tal vez porque le recuerda a Van Gaal.

Pep Guardiola, un asesor muy externo de Laporta, le recomendó que fichara a Roberto de Zerbi. El técnico del Brighton, según el entorno más cruyffista del presidente, era el ideal para dar continuidad al modelo más exitoso del club, pero el dirigente descartó el pago de su cláusula de rescisión.

Atormentado por su indecisión y los números rojos del Barça, a Laporta le recomendaron que despidiera a Xavi tras las derrotas contra el PSG y el Real Madrid. Sin embargo, bastó que Alejandro Echevarría, el cuñadísimo de la Fundación Francisco Franco, le aconsejara lo contrario, para que Jan cambiara de opinión. Dice que también fue decisiva su mirada a los ojos de Xavi.

Laporta pensó que la continuidad de Xavi era el mal menor. Se agarró a la eclosión de Lamine Yamal y Pau Cubarsí para justificar su apuesta suicida. Los futbolistas, descolocados, no entienden nada y, el sábado, el Girona le pintó la cara al Barça. En un plis plas, el equipo de Míchel Sánchez le metió tres goles a un equipo que hasta entonces había jugado aceptablemente. Su hundimiento recordó el del Titanic, pero el Barça actual poco tiene de opulento y glamouroso. Con Laporta, el Barça es club decadente. Una ruina.