Tengo la impresión que muchos culés están deseando el final de esta Liga y de una temporada, que para el equipo prácticamente ya finalizó porque se encuentra en una posición en la que lo máximo que puede conseguir es entrar a jugar la próxima Supercopa española.
En el ambiente barcelonista es palpable distinguir sentimientos muy enfrentados. Impresiona el buen rollo que exhiben en cada comparecencia el presidente Joan Laporta y el entrenador Xavi Hernández. Abrazos, besitos, risitas y susurros. Me comenta Joma Morell, hermano de Siscu –una de las personas más activas en la lucha contra el ELA junto a Juan Carlos Unzué- ambos copropietarios de la licorería que lleva su apellido desde 1904 en Cambrils, que en otros tiempos seguramente Laporta habría liquidado a Xavi el mismo día que el técnico anunció que el próximo 30 de junio abandonaría el cargo. Y como él hay muchos socios y aficionados que piensan de la misma manera. Xavi también sabe que si los resultados no llegan, por muy barcelonista que sea, quien saldrá del club será él.
Ojalá todos esos socios hoy disconformes también pudieran sonreír y congratularse de los éxitos de su club del corazón. Pero no. Todo lo contrario. En las redes sociales hay una corriente de barcelonistas que manifiestan su pesimismo, su contrariedad con la actuación de la directiva y su desafección con el club. Piensan que esta crisis viene de erróneas decisiones de la anterior junta y de la pandemia, pero al mismo tiempo prevén que se prolongará durante varios años más. Es lógico y normal echar de menos el Camp Nou, pero asistir al espectáculo de hacer la ola con empate a dos con un Valencia, con un jugador menos, ha chocado a más de uno. No es el público habitual del Barça que, incluso superando otros partidos en el Estadi manifestó en varias ocasiones su disconformidad.
Cierto que todo ha cambiado. Y que, probablemente, en lugar de haber votado desde la melancolía por Joan Laporta, el elegido hubiera sido Víctor Font, más dispuesto a modernizar el club y a trabajar con ejecutivos de mayor relieve, también los resultados podían haber sido negativos. Pero eso ya pertenece al pasado. Las quejas de muchos socios hablan de un club que está perdiendo el alma y de un colectivo que no se siente mimado por su junta. Cierto es también que hay otra parte de esa masa social azulgrana que aplaude y comparte las decisiones de la junta. Pero la división ya sabemos adónde conduce. A la decadencia.