Se acabó lo que se daba. En pleno mes de abril, antes de la popular celebración de Sant Jordi, el FC Barcelona ya no puede competir por ganar ningún título. Presidente, entrenador y jugadores prometieron competir hasta final de curso, pero han incumplido su palabra. Apeados por el Athletic Club de la Copa del Rey (4-2), vapuleados de la Supercopa de Arabia por el Real Madrid con humillación incluida (4-1), expulsados de la Champions League a manos del PSG de Luis Enrique y Dembelé (1-4 en el partido de vuelta y 4-6 en el global de la eliminatoria) y descartados definitivamente de la Liga en la noche del 21 de abril en el clásico del Bernabéu (3-2).
Cuatro partidos que tienen en común dos cosas: la derrota del Barça y un montón de goles en contra. El marcador refleja un global de 15-6, para ser exactos. Se puede maquillar un poco si añadimos el 2-3 de París, pero no cambia demasiado: 17-9. Si analizamos los tres clásicos que se han disputado este curso, también se cuentan por derrotas del Barça; o lo que es lo mismo: tres victorias del Real Madrid (1-2, 4-1 y 3-2) que dejan un marcador global de 9-4 para los blancos.
Vaya por delante que el Barça ha sido merecedor de estas derrotas porque nunca mostró la superioridad suficiente sobre sus rivales como para ganar con holgura. Los planteamientos de Xavi Hernández, su habitual infortunio con los cambios --de las grandes citas, solo salieron bien en París--, y la figura de Joao Cancelo son los principales señalados. El lateral portugués merece una mención especial por haber tropezado con la misma piedra en tan solo cuatro días: la mejor versión de la temporada de Dembelé apareció frente a él. También, la de Lucas Vázquez, en uno de sus años más discretos con el Real Madrid. La persistencia de Xavi en apostar por este jugador ante equipos de máximo nivel es un error tan importante o más que las decisiones arbitrales en que se refugia el técnico azulgrana.
Sobre los últimos arbitrajes
Sin embargo, no es baladí la cuestión arbitral. Los errores han caído siempre en contra del bando azulgrana. En Champions, la expulsión de Ronald Araujo en el minuto 29 de partido condicionó por completo la eliminatoria. Luego siguió un arsenal de tarjetas, rojas y amarillas, que penalizaron todavía más a los azulgranas. Además, el colegiado rumano no quiso revisar nada en el VAR, ni la expulsión ni el posible penalti sobre Gundogan, que también fue sancionado con amarilla.
En el Bernabéu se dan tres decisiones demoledoras en contra de los intereses del Barça: primero, un penalti que no era --Lucas alarga la pierna cuando ya está cayendo para contactar con Cubarsí; Soto Grado pica y no lo revisa en el VAR--; segundo, un gol fantasma de Lamine Yamal que no se pudo revisar porque la Liga no invierte en la tecnología de la línea de gol. En tercer lugar, una falta de Camavinga sobre Lamine Yamal muy similar a la de Araujo sobre Barcola en el Barça-PSG. Camavinga era último hombre y debió ver cartulina roja, pero tampoco se revisó.
Puede ser casualidad, pero en nuestra tierra tiene mucho tirón este dicho: piensa mal y acertarás. No sorprende que la temporada posterior al estallido del caso Negreira, donde la Liga y su presidente, Javier Tebas, han cargado duramente contra el Barça y la UEFA se ha planteado la exclusión del club de la Champions League, las penalizaciones arbitrales hayan sido tan severas. Y en plena era de la tecnología. El Barça se ha librado, por ahora, de sanciones mayores, a la espera de que los hechos sean juzgados. Pero ni la Liga ni la UEFA quieren a un campeón manchado por las sospechas de la corrupción. Pueden creer en la casualidad, pero en ocasiones no existe.