Si la decisión de la continuidad de Joao Félix fuera este mismo invierno, su futuro estaría claramente en entredicho. Y es que, a día de hoy, el único defensor a ultranza que cuenta el delantero portugués es Joan Laporta. El presidente mantiene una confianza tan ciega en Félix que es incapaz de aceptar cuando hace un mal partido o recibe malas críticas. Lo considera una apuesta personal -de hecho, así fue- y está dispuesto a ganar el pulso a cualquier precio, incluso si eso le lleva al rechazo unánime por parte de la afición.
A los responsables económicos del club tampoco les acaba de convencer la operación. Cuentan que se les pone los pelos de punta cuando alguien habla del fichaje de Joao, porque "los números no dan, lo mires por donde lo mires". Ahora mismo, afrontar una operación de este calado se considera un suicidio para una entidad ahogada financieramente.
Y si buena parte de los directivos y ejecutivos del club no lo ven nada claro, dentro de la dirección deportiva se ha instalado una ambivalencia peligrosa. Se reconoce su talento y calidad, pero se duda de su regularidad y trascendencia en el juego. Si algo tiene Deco es un pragmatismo absoluto: no le temblará el pulso si finalmente le ha de girar la espalda a Félix.
Tampoco se puede olvidar que el delantero atlético no entraba en los planes iniciales de Xavi y que fue colocado finalmente en calzador por la insistencia del presidente y porque además su llegada era condición 'sine qua non' para que viniera también Joao Cancelo -este sí sueño reclamado por el cuerpo técnico-, ya que compartían representante, Jorge Mendes.
Félix aterrizaba en el Barcelona con la etiqueta de jugador con un enorme talento, pero muy irregular. Capaz de levantar al aficionado de los asientos como provocarle un ataque de ira por su indolencia. El Cholo Simeone estaba hasta el moño de tantos altibajos y le excomulgó de sus filas, obligándole a buscarse la vida en la Premier, donde tampoco acabó de contar con muchos feligreses a su lado.
A Barcelona llegó este verano tras llevar a cabo una estrategia muy inteligente: cantando primero a los cuatro vientos su amor por el club blaugrana y buscando un perfil bajo para no llamar mucho más la atención. Laporta picó el anzuelo y Félix se vistió de blaugrana. Su llegada frustró cualquier otra operación: Lo Celso era el elegido por los técnicos.
Cuatro meses más tarde, sigue el debate abierto en el club, aunque cada día con menos avaladores a favor del luso. Su gran partido contra el Atlético parecía darle la razón a Laporta, pero al final se demostró que era más una vendetta personal del jugador a su ex club que otra cosa.
Ante el colista, Xavi decidió señalarlo públicamente, dejándolo en el banquillo en el descanso, tras echar la bronca de su vida al equipo por su falta de intensidad y ganas. Cuentan que a Laporta no le gustó el cambio y se pasó buena parte de la segunda parte renegando en el palco. Está claro que no hay peor ciego que el que no quiere ver.