En los últimos días, hemos asistido a detalles que han confirmado algunas de las cosas que hemos avanzado humildemente en esta columna. Como, por ejemplo, que Balde no contaba para Xavi en los últimos tiempos debido a la actitud del lateral, un tanto subida y demasiado influenciada por su hermano mayor y manager a la vez. Ahora ya sale en las quinielas para salir del club. O que Ter Stegen empezaba a ser uno de los que desafiaban la confianza del míster y se ha convertido en uno de los pesos pesados, junto con Ilkay Gundogan, que ha abierto la veda para hacer caso omiso a las recomendaciones del de Terrassa.

Ahora vamos a sumar otro pronóstico de esta temporada que se ha convertido en la auténtica casa de los líos. Este martes doy un respiro al perfil de personaje que está hecho Rafa Márquez y nos centramos en la inmediatez absoluta, en lugar de hablar de futuros inmediatos deseados para algunos. Me refiero a la relación que viven el presidente Joan Laporta y Xavi Hernández en estos momentos.

Todo el mundo sabe lo que es un matrimonio de convivencia y este es el idílico romance que viven ambos. A Xavi no le interesa romper con un proyecto ambicioso que cogió más con el corazón que con la cabeza. Y a Laporta no le interesa que salga con globo el entrenador porque si pone un recambio y no funciona, el siguiente que saldrá y a quién le pedirán explicaciones será a él mismo como presidente. La estrategia es seguir como ahora: enchufar el ventilador mediático y que Xavi sea el muñeco a quien irle haciendo vudú: pincharlo con agujas hasta que explote, pero conservarlo. Esta es la premisa que ya circulaba la temporada pasada desde dentro del club, incluso cuando Xavi ganó la Liga.

Con esta explicación no pretendo sacarle la culpa del desastre que vive el equipo al propio Xavi. Al contrario: donde muchos han visto un buen partido ante el Valencia en Mestalla, yo vi cómo una banda consiguió un empate ante los azulgranas. O cómo otro error garrafal en el segundo minuto del partido, estuvo a punto de costar el primer gol a favor de los locales. Y estos errores de inicio, de salir dormidos, son culpa del entrenador. Vamos a hablar claro de una vez.

Pero la rueda ya está en marcha, el espectáculo debe continuar y las cosas están así. El fútbol es un juego que se juega con la pelota, pero donde los intereses personales pueden, incluso, sobreponerse a cualquier crisis que se palpe en el campo. Y, en estas, el Barça se ha convertido en un club de objetivos individualistas. Una pena.