Oriol Romeu aterrizó en el FC Barcelona con la más que complicada papeleta de hacer olvidar a un mito del barcelonismo como Sergio Busquets. Era evidente que el de Ulldecona, al aceptar el reto, asumía una losa de dimensiones mastodónticas, donde tenía mucho que perder y poco que ganar. Pero sus ganas de regresar a la casa donde le vio crecer, tras una diáspora de más de una década, pesaron más que cualquier otro argumento.
Y al principio todo encajó a las mil maravillas. Romeu completó una pretemporada impoluta, con partidos de gran calado, exhibiendo su fuerza y poderío físico, marcando territorio y aflorando todas las virtudes que le hizo despegar en el Girona como un pivote defensivo de altas prestaciones.
En los primeros partidos de la Liga, el canterano siguió por los mismos derroteros, con un buen balance, tanto ofensivo como defensivo, y sabiendo siempre ofrecer la mejor solución con el balón en los pies.
Parecía que los 3,5 millones que el Barcelona había pagado por Oriol eran una auténtica bagatela, y más de uno se frotaba las manos en el club pensando que habían hecho el negocio del siglo, ya que tenían pivote para dos o tres años, a la espera que los chavales de cantera, con especial atención a Pau Prim, acaben madurando su juego.
Pero hete aquí, que un día, sin saber muy bien el por qué y el cómo, Romeu empezó a dar síntomas de fatiga e inseguridad: empezó a fallar pases no forzados, no recuperaba balones, se le veía pesado en el campo, sin recursos en el juego posicional y con poca efectividad cara a puerta.
Tanto fue así, que los técnicos tuvieron que cambiar el guion de forma radical, y dar los mandos del equipo, primero a Frenkie de Jong y después, tras la lesión del holandés, a Ilkay Gündogan. Romeu pasó a ser un actor secundario, jugando sólo los últimos minutos y más que nada para aprovechar su altura en los balones defensivos a pelota parada.
Y el futuro para Romeu no es nada halagüeño, porque la irrupción volcánica de Fermín, y el inminente regreso de Pedri y Frenkie, dejan el mediocampo con las posiciones más que copadas.
Desde el club ya han tirado la toalla y reconocen que tendrán que hacer un nuevo esfuerzo en esta posición, tal delicada y desagradecida. Los técnicos quieren un jugador 'top', hablando en plata Joshua Kimmich, pero las arcas del club están para lo que están, y veremos al final quién es el elegido.
Pero hasta entonces, y como diría Marco Vinicio si hubiera conocido a Oriol: 'Quo Vadis, Romeu?'.