“Cuando miras largo tiempo a un abismo, el abismo también mira dentro de ti”. Este célebre aforismo del filósofo alemán Friedrich Nietzsche se puede trasladar perfectamente a los tiempos actuales que vive el FC Barcelona. Asomado al borde de un precipicio desde hace ya mucho tiempo, con el riesgo cada día mayor de caer definitivamente al vacío, sobreviviendo a base de palancas y subterfugios económicos... Sin visos de solucionar la deuda a corto plazo, con actores principales, abanderados por Javier Tebas, empujando con maquiavélica insistencia, y con otros jueces de por medio añadiendo aguarrás a la herida.
El panorama es ciertamente desolador. Los enemigos del Barcelona se multiplican como las chinches en París. No pasa el día sin que aparezca un nuevo escándalo, desaire, acusación o ensañamiento contra el club blaugrana. El caso Negreira se ha convertido en la lanza de Longinos: se utiliza sistemáticamente para abrir las heridas cuando parece que se están cerrando.
El modus operandi de Joan Laporta tampoco ayuda a rebajar los ánimos. Sus maneras presidencialistas de gestionar el club sirven como gasolina para los pirómanos que vienen de la capital. Decisiones totalmente arbitrarias e inexplicables, como la de desprenderse de la mano derecha de Markel Zubizarreta de la noche a la mañana sin ningún tipo de argumento válido, sólo son la punta de iceberg de un club gestionado a golpe de calentones y arrebatos. Nadie le lleva la contraria al presidente, que cada día más se antoja al emperador desnudo, que nadie le decía que no llevaba ropa por temor a llevarle la contraria.
Y cuando Negreira se difumina aparece Javier Tebas para recordarnos a todos lo mal que está el Barcelona y lo bien que hace las cosas el Real Madrid. Cada vez que el presidente de la Liga abre la boca es para soltar exabruptos contra el club blaugrana, tirándose piedras contra su propio tejado, porque, hasta que no se demuestre lo contrario, la entidad catalana sigue siendo el mejor embajador del fútbol español.
Y cuando no es Negreira, ni Tebas, entonces aparecen los gurús económicos de turno para darnos un bofetón de realidad, enseñando una deuda que alcanza los 3.000 millones, con el Espai Barça como gran responsable, y poniendo la amenaza de la Sociedad Anónima como única solución a medio plazo.
Y, con todo esto y más, ha de lidiar el equipo de fútbol. Por mucho que se diga, es difícil que los jugadores desconecten de la realidad. Por mucha burbuja y cúpula de cristal que pongas, las posibilidades de que te alcancen los ‘inputs’ son infinitas, y más aún con las redes sociales en plena ebullición. A Xavi le ha tocado remar en un mar negro, con olas de diez metros, con el cielo amenazante y en constante zozobra. El año pasado logró dos títulos y apenas se lo agradecieron, dando por hecho que era lo normal, y este curso el equipo aún no ha perdido un partido, y están cayendo palos como chuzos de punta.
A nadie le interesa recordar, y mucho menos a un entorno tan tóxico y dividido como el blaugrana, que el equipo sólo tiene 19 fichas, que este verano sólo se gastaron 3,5 millones en fichajes, que ahora mismo cuenta con siete lesionados --cinco de ellos titulares indiscutibles--, que es líder en su grupo en la Champions, que es el único equipo invicto en la Liga…
Este es el abismo que mira Xavi cada día. Para muchos, un reto imposible de superar, abrumado por los acontecimientos y percances, pero para el de Terrassa se trata de una motivación más, consciente que cuánto más difícil es algo, más histórico es lograrlo. Hace un año se llevó dos títulos, ahora nadie en el club descarta la triple corona. Sería la mejor forma que el abismo acabara mirando a Xavi…