Con 300 valientes espartanos, el bueno de Leónidas logró frenar durante un tiempo las embestidas del todopoderoso rey persa, Jerjes, en su intento de llegar a Atenas. La conocida y reconocida gesta de Leónidas en la batalla de las Termópilas sigue perdurando en los libros de historia, aunque lo cierto es que la película de Zack Snyder hizo mucho más para llegar a la gente que los cien volúmenes de Herodoto.
Aquí, en Montjuïc, hubo casi 40.000 valientes, que hicieron caso omiso al insoportable calor, a los problemas logísticos de acceso al estadio, a la falta de información por parte de los controles de seguridad, a las largas colas bajo un sol de justicia, a la falta de actividades lúdicas antes del partido, a la escasa oferta gastronómica y a los evidentes problemas de visión en algunas zonas del campo. Nada impidió que un total de 39.603 valientes, emulando a los espartanos de Leónidas, se dirigieran hacia la montaña en plena canícula para acompañar a su equipo en su estreno oficial en el Estadi Olímpic.
Lo cierto es que el espectáculo que dieron los jugadores no fue muy alentador. Se ganó el partido, que a la postre en el fútbol sigue siendo lo más importante, pero la imagen desangelada del estadio contagió a los jugadores. En ningún momento daba la sensación que el Barcelona estuviera jugando en casa, sino más bien parecía un campo neutral, donde había una preocupante frialdad en las gradas, pese a la solana que caía en esas horas en Barcelona.
Es cierto que el comportamiento de la afición fue ejemplar, animando desde el minuto uno -si bien la Grada d’Animació se ha quedado visiblemente cercenada-, pero no hay la sensación de olla a presión ni estadio en ebullición que transmitía el Camp Nou cuando el equipo más lo necesitaba. Aquí hay un remanente de run run que hace temer lo peor cuando las cosas se compliquen, porque Montjuïc no respira a noches mágicas ni remontadas épicas.
Con un 80% casi del aforo, el partido ante el Cádiz fue un experimento con más sombras que luces. Y no hablamos sólo dentro del campo -al equipo se le vio todavía con muchas costuras por remendar-, sino en todo lo que rodeaba el encuentro. Uno de los momentos más esperpénticos llegó durante el descanso, cuando centenares de personas decidieron abandonar el sitio que habían ocupado en la primera parte para dirigirse al lado opuesto a ver la segunda. El motivo es que la pista de atletismo -difuminada por una lona con los colores del Barcelona- es tan amplia, que impide la correcta visión del partido, por lo que muchos aficionados ubicados en los Goles decidieron emprender un éxodo masivo para al menos seguir viendo donde atacaba el equipo.
Evidentemente, los problemas están para subsanarlos y el partido contra el Cádiz ha de servir para que el club tome nota de los muchos desajustes que se produjeron. Desde la modestia de este artículo vamos a dar una breve prognosis de los que vivimos en primera persona: falta de información y letreros en los accesos, parking de motos en situaciones inverosímiles como desniveles del 20%, personal de control sin mucha información, escaleras mecánicas viejas e inservibles en algunos tramos, localidades con casi nula visión del partido, cero actividades lúdicas en los alrededores del estadio, escasa oferta gastronómica que se reflejaba en las interminables colas durante el partido, ascensores que no funcionaban y que si lo hacían, las puertas no se abrían…
No hay duda de que son todos problemas subsanables y que, seguro, el club irá solucionando a medida que avance la temporada, pero el motivo de este artículo va mucho más allá de estos obstáculos puntuales. Y es la sensación mayoritaria de que Montjuïc no es nuestra casa. Estamos de alquiler y con la casa nueva en obras. Y bajo esta tesitura, pensar en noches mágicas y partidos históricos suena más a entelequia que a otra cosa…