Las prisas son malas consejeras. Especialmente en el Barça. Que Dembelé va a su bola lo sabemos desde el primer día. Desde que llegó y se negó a seguir los consejos alimenticios del nutricionista que le enchufó el club en casa. No duró mucho. Sus retrasos en los entrenamientos dejaron de ser noticia porque la novedad era el día que llegaba pronto, como explica el periodista David Bernabéu, que se pasaba los días de guardia. Videojuegos y algunas salidas nocturnas a Òpium y Shoko no ayudaban a evitar un flujo de lesiones imparable. Su mejor amigo, Moustapha Diatta, que vivía con él a cambio de 15.000 euros mensuales justificados en la gestión de redes sociales, no parecía ser la mejor compañía. La denuncia que recibió en Alemania por haber dejado su casa de alquiler destrozada tampoco parecía el mejor aval de un fichaje que llegó de manera precipitada a cambio de mucho dinero y nunca cuajó del todo.
Ese error lo cometió en su día la junta de Bartomeu para paliar la traumática salida de Neymar rumbo al PSG. Del mismo modo que se precipitó en su día Joan Gaspart para calmar los afectados ánimos de la culerada cuando Florentino Pérez se llevó a Luis Figo al Real Madrid en una jugada maestra que ni el paso del tiempo ni los documentales que se han hecho acaban de aclarar debidamente.
Bartomeu recurrió a Dembelé para tapar el agujero de Neymar, y le salió fatal. Como se lesionó de gravedad al mes de su aterrizaje, el entonces presidente perdió los nervios y se lanzó al fichaje de Coutinho, tras recibir muchas presiones de Messi y Luis Suárez. El ex del Liverpool tampoco supo gestionar la presión que imponía el Camp Nou. Empezó bien y aceleró la salida de Andrés Iniesta, que temió por su posición tras la llegada del jugón brasileño, pero fue claramente de más a menos. Ante su rendimiento intermitente, Barto quemó el tercer cartucho que le quedaba, Antoine Griezmann. 400 millones después entre fijos y variables, el relevo de Neymar resultó un fiasco deportivo y económico.
Gaspart en su momento también pisó el acelerador para calmar las aguas revueltas por Figo. Al menos, supo vender el relato y dejar a Figo como el verdadero traidor, aunque finalmente Gaspart aceptó un traspaso en lugar del depósito directo de la cláusula de rescisión. Fueron 60 millones de euros, el fichaje más caro de la historia en aquel momento, y sirvieron para cerrar dos fichajes procedentes del Arsenal, Overmars y Petit. Nunca se adaptaron bien al fútbol español.
Ahora se va Dembelé y Xavi tiene claro que necesita refuerzos. Tirar la casa por la ventana para fichar a Bernardo Silva en una etapa de plena recesión en el club no parece la mejor idea. Guardiola, harto de que su amigo Laporta se le lleve jugadores --Éric García, Agüero, Ferran Torres, Gundogan--, aunque en la mayoría de los casos le haya hecho favores, no pondría barata su salida. Joao Félix es otra bomba de relojería. Y fichar por fichar, ya hemos visto que no suele salir bien. La mejor vía pasa por dar confianza a los que se quedan, tratar de sacar su mejor versión y a ser posible asegurar la incorporación del ya fichado Vitor Roque en enero.