Desde la llegada de Xavi Hernández al banquillo del FC Barcelona, su nombre ha estado en boca de todos los ismos que giran en el entorno blaugrana. El técnico egarense no ha podido evitar las pullas por su defensa a ultranza del modelo blaugrana -un sistema que algunos se empeñan en calificarlo como caduco, abogando sin tapujos un cambio hacia un fútbol más físico-, por sus resultados, sobre todo en Europa, y por ser demasiado natural -algunos dirían que incluso sincero- en sus ruedas de prensa.
Evidentemente, Xavi ya sabía, cuando aterrizó en Barcelona hace ahora un año, que no iba a ser santo de devoción de todo el mundo. Muchos le acusaron de ser demasiado inexperto para coger el Barça -pocos recuerdan que Pep Guardiola cogió el primer equipo tras un año en el filial como único bagaje-, de estar rodeado prácticamente de unos becarios en el staff, de tener amigos dentro del vestuario que le impedirían la gestión de la plantilla y de ser el abanderado del proyecto del candidato perdedor, Víctor Font.
Este es el panorama desolador que ha tenido que afrontar Xavi desde el primer día por parte de algunos sectores del entorno: observado con lupa y con la espada de Damocles colgando. Afortunadamente, el socio en esta ocasión le ha dado la espalda a este entorno reaccionario, harto de una guerra caínita de ismos que lleva décadas devorando el club. Y la demostración más clara se ha visto en las gradas, donde el Camp Nou se ha convertido en el campo de Europa con mejor media de asistencia, superando los 85.000 espectadores, casi 30.000 más que el Santiago Bernabéu, por poner un ejemplo.
A Xavi también le recriminan su discurso ante los medios de comunicación, al encontrarlo plano y carente de carisma. Parece, en este caso, que la naturalidad y el respeto es un defecto, buscando un perfil más combativo o ingenioso. Pero Mourinhos y Guardiolas hay muy pocos en el panorama del fútbol mundial. La mayoría de entrenadores, incluidos los últimos ganadores de la Champions del Real Madrid (Zidane y Ancelotti), se parapetan en ruedas de prensa de perfil bajo. Trasladar este tipo de gestión ante los medios de comunicación como una falta de liderazgo dentro del grupo demuestra más desconocimiento que otra cosa.
Xavi, que nunca se ha preocupado especialmente por tener un lobby’de periodistas adeptos e incondicionales, ha optado por ser el mismo, sin artificios, ni asesores de comunicación. Busca, ante todo, su cercanía al culé, porque él es uno de ellos, y siente los colores como el que más. Por eso, al actual técnico del Barcelona nadie le ha de explicar qué siente el culé ante una derrota en la Champions ni lo que supone una victoria en el Bernabéu. Él lo sufre y lo disfruta el primero.
Xavi no va a cambiar, le pese a quien le pese. Seguirá siendo un talibán del estilo porque sólo cuando se ha sido fiel al ADN han llegado los resultados, seguirá contando con su gente de confianza en el staff porque han demostrado desde el primer día su lealtad y profesionalidad y seguirá haciendo ruedas de prensa sin grandes titulares ni palabras pretenciosas. Quien quiera otro fútbol, más físico y correoso, o un staff con más curriculum, o un entrenador beligerante, provocador y ocurrente en sus comparecencia ante los medios de comunicación, lo tiene meridianamente fácil: que se haga tifosi de la Roma.