En 1997, James Gillispie perpetró una peliculita de terror, bajo el sucinto título, Sé lo que hicisteis el último verano, en la que una serie de jóvenes adolescentes eran asesinados por unos hechos ocurridos unos años antes en una noche estival. Un film de esos que se olvidan nada más abandonar el cine, pero que durante la proyección cuenta con algún susto resultón y algún asesinato slasher decente.
Veinticinco años después, este título, que por una vez y, sin que sirva de precedente, traduce literalmente al castellano el original en inglés, tiene más validez que nunca, porque tres señores que saben de fútbol un montón, junto a otro que se crece ante las adversidades, han conseguido construir una plantilla impresionante durante el verano, a base de talento, seriedad, profesionalidad y muchas, pero que muchas tablas.
Al primero de esos señores que hay que reivindicar es a Xavi Hernández. Y no sólo por sus enciclopédicos conocimientos futbolísticos -es capaz de recitar alineaciones completas de equipos como el Brujas o el Galatasaray sin inmutarse-, sino por su implicación en todas y cada una de las altas y las bajas. Dio un paso al frente a la hora de comunicar a los descartados que no tenían futuro en el club y fue el primero en levantar el teléfono -con la aparición de los móviles esa expresión queda un tanto anticuada- para intentar convencer al ansiado jugador del proyecto. Y cuando las ondas hertzianas no son suficientes, coge un vuelo y se planta en Múnich, como hizo con el noruego Erwing Haaland, si bien al final acabó saliendo cruz.
Pero el titánico esfuerzo de Xavi sería en buena parte en balde sin el apoyo de dos ejecutivos que se mueven como tiburones en el volátil mercado futbolísitico. Tanto Mateu Alemany como Jordi Cruyff han demostrado ser auténticos depredadores, capaces de desenvolverse en los territorios más pantanosos y recovecos más inverosímiles. Ser capaces de arrebatar a Lewandowski de las fauces bávaras o a Raphinha de los tentáculos de la Gran Albión resultan tareas tan encomiables como sublimes. En total siete fichajes y dos renovaciones para completar un capítulo de refuerzos sencillamente espectacular, con Hector Bellerín y Marcos Alonso cruzando el Canal de la Mancha casi de incógnito y a hurtadillas.
Y por encima de todos está Joan Laporta. Un presidente empecinado en devolver la gloria pasada al club, con o sin dinero, con o sin campo, con o sin Messi. Cuestionado por muchos, vilipendiado por otros, al dirigente hay que reconocerle un apasionamiento y vehemencia inusual a la hora de abordar el día a día del club. Para Laporta no hay matices ni grises: o es blanco o es negro. Y prueba de ello, es que ha sido capaz de levantar a un club, que estaba en la ruina económica y deportiva, para elevarlo a los cielos. Es cierto que el precio que ha tenido que pagar roza lo mefistoliano, pero en momentos difíciles hay que asumir decisiones arriesgadas y con todas las consecuencias. El tiempo dirá si Laporta se glorifica en el santoral blaugrana o si acaba escondido detrás del confesionario, pero nadie puede negar que no se deja ni un centímetro de piel para devolver el orgullo a este club.
Ahora le toca a Xavi asumir un reto hercúleo porque con esta plantilla parece muy difícil encontrar excusas. Todo lo que no sea ganar uno o más títulos empequeñecería un proyecto que empieza a insinuar los primeros compases de Viva la vida de Coldplay, aquella canción que se convirtió en el himno del sextete de Pep Guardiola. No se trata de pedir seis títulos, ni tampoco un triplete, pero es evidente que el Barcelona ha dejado de ser el equipo ramplón y venido a menos que deambulaba por Europa a toque de corneta alemana o inglesa. Ahora, toca que bailen otros a tu compás, rememorando otro título de película, en esta ocasión un film muy digno de Sidney Pollack sobre los agitados años veinte del siglo XX, Danzad, danzad, malditos.