De repente el Barça pasó de ser el club con mayores ingresos, el que mejor pagaba a sus futbolistas, a estar en la ruina económica, en la peor situación que un candidato ansioso por llegar al poder podría prever. Había que echar a Leo Messi para no hipotecar el club, y todos los jugadores a los que la anterior directiva convirtió en millonarios firmándoles contratos exagerados tenían que bajarse el salario. Los números rojos eran resaltados por los nuevos directivos más que los mapas de calor que dibujan por estos tiempos los excelentes meteorólogos de TV3.

Pero zas... sin decir “abracadabra” ni “badabin badaboom” o aquello que decían en Harry Potter, “avada kedabra”, el Barça vuelve a ser ese club rico, millonario, comprador de futbolistas que emborrachan de ilusión a los “laportistas” en general, y dejan boquiabiertos a los barcelonistas que intentan huir de los ismos: Ferran Torres, Raphinha, Kessié, Christensen y Lewandowski. Si señores y señoras, don Robert Lewandowski al Barça, un mito del Bayern Múnich llega a sus 34 años a ese club ruinoso y en quiebra económica de hace tan solo unos meses. Es todo obra de la magia de Jan Laporta y su equipo familiar de directivos.

Pero no todo acaba ahí. También se ha renovado a Ousmane Dembelé, ese jugador comprado por la junta de Josep Maria Bartomeu que hizo caso de los consejos de Ernesto Valverde, entonces entrenador, y de Robert Fernández, entonces secretario técnico, para preferir al joven del Borussia de Dortmund antes que al joven del Mónaco, Kylian Mbappé, que entonces ya mostraba más inclinación hacia los colores blancos del Madrid que hacía los azulgrana del Barça. Ese mismo Dembelé, desafortunado con las lesiones, vilipendiado por el periodismo, utilizado para hundir más el puñal en la mala gestión de la anterior junta, hoy también ha sido presentado como otro gran fichaje.

No quiero hablar de números porque aquí sigo el guion del laportismo: no me interesa. Que si la cláusula es de 100 millones, qué más da. Como si son 50 y 25 se los reparten el jugador y su representante. Que si ganará un fijo bruto de 12 millones más un variable si juega el 60% de los partidos, o son 16 millones y tiene un bonus de 4 o 5 millones. Qué más da. Ya lo leeremos un día de estos en la prensa francesa, porque por aquí tenemos que acostumbrarnos a esa nueva palabra fichada por la transparencia que se llama “confidencialidad”. Magia pura. ¡Viva la ilusión, carajo! Que dirían en mi pueblo.