Dani Alves vuelve a Barcelona. Necesitado como estaba de equipo para jugar el Mundial de Qatar, el defensa brasileño se ofreció a un Barça desquiciado, con urgencias, y el club se reconcilió con un futbolista que en 2016 le dejó plantado por la Vecchia Signora. Por la Juventus.
Los años dorados ya son historia en el Barça, que ahora pasa hambre y calamidades. No supo renovarse el equipo, pese a los evidentes y numerosos síntomas de decadencia que sufría año tras año, y ahora malvive como puede en la Liga y, sobre todo, en la Champions, a una distancia sideral de Chelsea, Bayern, Liverpool y compañía.
El Barça, que vuelve a ser el club de los líos, necesita una terapia de choque. E ilusión. De momento, Laporta se encomienda a Xavi Hernández, el mismo técnico que despreció hace medio año, y el barcelonismo sueña con iniciar un nuevo proyecto ganador. Un proyecto que, en el mejor de los casos, requiere tiempo, paciencia y mucho acierto.
El regreso de Alves, de 38 años, también cuenta con la bendición de la afición del Barça. Xavi se la juega con un futbolista con un pasado glorioso y un presente dudoso. Con muy poco futuro. Cierto es que el club no ha encontrado a un sustituto solvente al lateral brasileño en cinco años, pero el Alves actual no es el Alves que arrollaba a sus rivales por la banda derecha y combinaba a las mil maravillas con su amigo Messi.
Hoy, Alves está feliz. Ha vuelto a enamorarse del Barça, pero ya se sabe que los amores recalentados no suelen ser buenos, síntomas evidentes de que las cosas van mal a las dos partes. Con Dani volverán las bromas y las payasadas al vestuario del Camp Nou. Un poco de locura no le vendrá mal al equipo, aunque tal vez no sea el momento para demasiadas excentricidades. Lo más importante es que Alves demuestre que está en forma y rinda a un buen nivel. Los gestos de amor solo son gestos. El Barça no está para bromas ni para romances empalagosos, aunque Xavi tal vez ha preferido rescatar un viejo amor antes que probar fortuna en Tinder.