De los cuatro grandes campeonatos que se disputan en Europa --Premier, Bundesliga, Serie A y España--, el Barça aparece como el equipo más poderoso que en diez jornadas ha ganado menos partidos (4), ha perdido más (4) y el que menos puntos tiene (14) y está más distanciado del líder (a 12 del Atlético). Esa es una verdad irrebatible. Pura estadística. Como también lo es la que muestra que en la Champions League, el Barça es el único equipo de 32 que disputan esta primera fase de grupos, que ha ganado todos sus partidos (5 triunfos de 5). El mejor de Europa.
Detrás de esas dos realidades existen unas causas que curiosamente no valen para explicar ambas situaciones. Decir que Leo Messi está en baja forma, que lleva más de 60 faltas sin convertir un libre directo, que la defensa está coja, que Ansu Fati está roto, que Ronald Koeman no logra encuadrar en una alineación a Coutinho, Griezmann y Messi, y que los nuevos no acaban de rendir como se espera de ellos, no sirve a la hora de explicar el rendimiento del equipo en la Champions. Parecen dos mundos totalmente diferentes. Tan distintos como hablar en pasado o en clave futurista. La exhibición de Turín o la de Kiev tienen una cara hermosa; la derrota en Cádiz, en cambio, tiene el rostro de pangolín. Una es un relato de fantasía, y la otra es toda una pesadilla. Hoy decepciona, mañana ilusiona. Y no vamos a caer en la locuaz afirmación de que el Barça juega mejor sin Messi que con él. Por ahí, no. Este es un equipo en construcción, y en ese proceso nos gustarán unos detalles de la misma forma que nos disgustarán otros. Pero me niego a caer en ese abrigo de pesimismo que tanto abraza a muchos barcelonistas. Y mucho menos en estos tiempos en sí de algo hay que huir es de los negativismos