El barcelonismo lleva ya algunos años martirizándose con la idea de perder a Leo Messi. Quien más, quien menos, augura el cataclismo o una profunda depresión que resquebrajará todos los cimientos del club el día que anuncie su retirada. El crack argentino es el puto amo del Barça, que nunca había tenido un futbolista tan genial de rendimiento tan continuado, y cuesta imaginarse un equipo tan dominador sin la magia ni el talante competitivo de Messi.
El futuro provoca escalofríos en algunos sectores de la afición, sobre todo entre los hinchas que arrastran un fatalismo endémico incubado hace ya muchas décadas. Las nuevas generaciones, inmunes a las desgracias del pasado, ni tan siquiera valoran algunas gestas recientes. No tienen perspectiva histórica ni saben lo que son las esperas de años y más años para ganar una Liga. No digamos ya la Champions.
Con Messi, la vida de los barcelonistas es más fácil. Con Leo, el Barça ha ganado ya 33 títulos (entre ellos, 9 Ligas y 4 Champions). Con el argentino, el fútbol fluye más fácilmente. Sin él, el equipo juega a otra cosa. Pero la Messidependencia puede resultar nociva para el equipo, como bien sabe Valverde. Las estadísticas y las sensaciones de esta temporada no pueden ser más demoledoras y contradictorias. Los mejores partidos de esta campaña fueron los que afrontó el Barça sin Messi. Desde que regresó el argentino, los problemas se han multiplicado. ¿Cómo es posible?
Leo Messi durante el calentamiento previo al PSV-Barça / EFE
El día que Messi se lesionó contra el Sevilla, futbolistas, técnicos y aficionados temieron lo peor. En una semana, el equipo debía recibir al Inter y al Real Madrid. La respuesta no pudo ser más satisfactoria. Todos se pusieron las pilas. El Barça fue más equipo que nunca. Nadie escatimó un esfuerzo y Luis Suárez destapó su perfil más depredador.
El Barça, sin Messi, mordía a sus rivales. La inclusión de Rafinha fue un acierto de Valverde, mejor gestor en situaciones de precariedad que en la abundancia. Cuando regresó Messi, sus compañeros se destensaron, confiados en una genialidad suya para solucionar cualquier entuerto. La presión asfixiante al rival se relajó y el Betis le dio un meneo que desnudó todas sus miserias. Dos semanas después, Valverde cambió de registro y su equipo fue más pusilánime que nunca, señal inequívoca de la empanada mental que arrastra un Barça desmotivado en la Liga.
Messi, obviamente, no es el problema. Pero tampoco puede ser la solución eterna. El gran enemigo del Barça es su desidia en las citas menores, en una Liga que ya no motiva a los barcelonistas. El todo o nada a la Champions es una mala estrategia que puede tener consecuencias fatales en una entidad que hoy se mira el ombligo y mañana reniega de todo. Esto es el Barça, con o sin Messi.