Gerardo Herrero tuvo claro desde que vio Bajo terapia en teatro que esta obra tenía una película. “Yo lo vi clarísimo”, asegura a Crónica Directo. “En cuanto terminé de ver la función, que vi dos veces seguidas en una semana para decidir realizarla”, fue a por los derechos. No lo tuvo fácil.
“Me encontré con que no querían vender los derechos. Me costó un año conseguirlo. Había otras productoras no solamente españolas, sino de América Latina que querían la obra-película”, recuerda. Pese a todo, lo logró y empezó a trabajar mano a mano con el elenco. Afirma que se entendieron muy bien, pero el realizador decidió hacer algunos cambios.
Para empezar, la pieza teatral la veía “más ligera. Iba más buscando la comedia, la risa”, y él le ha dado un toque más dramático, pero sin perder la acción y, sobre todo, la tensión. Para lograrlo comenzó “pensando en hacerla en el plano-secuencia”. Pero en los ensayos se dio cuenta de que no funcionaba, porque se perdía la reacción de los personajes. Apostaron por varios “planos muy largos, en planos-secuencia, contado desde distintos puntos de vista”.
A los actores también les sirvió de mucho. Alexandra Jiménez, Malena Alterio, Antonio Pagudo y Eva Ugarte señalan a Crónica Directo que no fue fácil, pero el hecho de poderlo rodar todo en orden cronológico y hacer muchos ensayos les facilitó el trabajo. Y no es sencillo.
Todos ellos, junto con Fele Martínez y Juan Carlos Bellido, hacen de tres parejas en crisis. Su psicóloga los ha reunido en una galería de arte para hacer una terapia grupal. Ha dejado seis sobres sobre la mesa y ellos tienen que abordar sus intimidades en público.
Si no le fue fácil a Herrero conseguir los derechos, tampoco es que los personajes lo pasen muy bien. Sobre todo, porque ven que uno se pasa de bromista, otro de violento, otra de estricta y una de reprimida. Una bomba explosiva.
Pero que no sufra el espectador, al menos, no hasta entrar en la sala, porque dentro van a encontrarse una historia “muy opresiva”, pero con toques de humor, aunque éste sea negro e incluso en ocasiones “un poco jodido”, en palabras de su director.
Ahora ha tenido que luchar contra su propia productora, “que quiere que la venda como una comedia”. Y él les ha dicho que esto no es una comedia, que tiene humor, pero que no es comedia. Han de llegar al final para descubrirlo.
--¿Pero tan difícil es ofrecer algo más complejo al espectador? ¿El espectador se ha acostumbrado al cine más fácil?
--Se ve en el resultado de las películas. Las películas más comerciales son películas fáciles, familiares, comedias. Es más difícil que una película que hable de cosas funcione comercialmente. Pero bueno, se trata de conseguir que puedas contarlo. Yo lo que he buscado es hacerla amena, entretenida, hablando de cosas serias y jugando. Pero al final lo piensas y es una película durísima.
--En este sentido, ¿cómo ve el panorama cinematográfico como productor? ¿Se está haciendo muy difícil, sobre todo, poner una película en pantalla grande?
--Sí, es muy difícil ser rentable. Como productor es muy complicado porque has perdido las fuentes de la financiación, como la taquilla. Es insignificante, al contrario, te cuesta dinero estrenar las películas. Hasta que el espectador adulto no vuelva al cine… Está volviendo al cine a cuentagotas y está volviendo al cine para las superproducciones de Hollywood o para las comedias familiares. Pero la mayoría de otras películas no.
Bajo terapia, obviamente, no es una comedia fácil. Ni tan solo una comedia. Y sus personajes no son atractivos, que digamos. “Los dos hombres son muy invasivos, y dos de las tres mujeres son muy peleonas, muy provocadoras. Ambas quieren crear una reacción sobre lo que se está hablando, que lleve a un resultado, que lo consiguen al final. Todo está para provocar esa reacción”, adelanta el realizador.
Fele Martínez “decía que de alguna manera hay parejas que siendo muy tóxicas en su relación no pueden separarse, porque necesitan esa violencia de reacción, no física, pero sí agresividad, porque es ni contigo ni sin ti”, recuerda Herrero. Eso es lo que le pasa a su personaje, que parece demasiado oprimido, o al menos así se siente con su pareja en la ficción, Alexandra Jiménez, una profesional tan preocupada por su trabajo que no puede asistir a las reuniones de colegio de su hijo.
Precisamente Jiménez piensa bastante parecido a su pareja en la ficción y considera que “hay muchas relaciones de este tipo, donde solamente se saben comunicar desde cierta agresividad y desde desacreditar y desautorizar constantemente al otro”, y sus personajes, “por alguna extraña razón, continúan adictos a esa situación, como si no encontraran otra forma de vivir en común”. “Y esto a mí me genera muchísima curiosidad porque observo que hay muchas relaciones así”, responde.
“La parte positiva que tienen es que tratan de ir a terapia para poner una solución a esto, pero ella misma no ha puesto ningún tipo de solución ni ha hecho nada” para cambiar esa tensa relación que rebosa “tanta agresividad”, matiza la actriz.
Pero para Malena Alterio “cuando uno viene con problemas y los va acumulando, salen por algún lado, y la agresividad puede ser una forma de salir o de estar, de ponerte la coraza y de mirarte para adentro o tirar para afuera”. “Y el problema además es que, si no la paras, si no cambias eso, permanece y se cronifica y cambian por completo las relaciones, para empezar la que tienes contigo mismo”, finaliza Jiménez.
La hispano-argentina hace de un personaje vulnerable, cohibido, casi lo opuesto de su compañera, aparentemente, que es una empresaria y por tanto empoderada. Todo en la cabeza del espectador, en su mirada, porque como recuerda Jiménez “a la mujer se la juzga, pero no ahora, se la ha juzgado desde que el mundo es mundo por alguna razón inexplicable e injusta, y es cierto que da un poco la sensación de que hagas lo que hagas, siempre va a haber un error. Siempre va a haber una parte en la que no estás siendo suficiente y en la que no estás haciendo lo suficiente”.
La actriz lamenta que el problema es que este pensamiento “lo hemos creído y asumido hasta tal punto que lo hemos aceptado como una realidad. Aceptamos ese juicio como algo normal y natural y justo”. “A nivel educacional tenemos mucho que cambiar”, concluye.
Una de estas cosas que se han de aprender es que ir a terapia a veces es más que necesario. “Así como vamos al gimnasio para cuidar nuestro cuerpo, vamos a la peluquería para cuidar nuestro pelo, pues tenemos que ir a cuidar nuestra mente y nuestro espíritu”, considera Antonio Pagudo. “Aquí lo interesante son las cosas que salen, lo interesante es que se utiliza el humor como vehículo para sacar eso”, añade.
Su pareja en la ficción también apuesta por los beneficios de la terapia y, si bien apunta que no es quién para decir si una pareja debe ir a terapia o no, tiene claro que, en caso de acudir, “tiene que estar dispuesta a destruirse o volver a construirse”, algo que “es muy complicado”, admite, porque se ha desaprender lo aprendido hasta ahora.
En esta reeducación, Bajo terapia funciona muy bien como muestra de las violencias y micromachismos a los que se enfrentan las mujeres, también cómo el humor puede ser violento y, tal y como piensa Alterio, ver “la condición humana, cómo somos de miserables o de empáticos o de no empáticos. La dificultad que tenemos de revisarnos a nosotros mismos”.
La cinta de Herrera invita a eso, a la revisión, pero sin pedantería, sin afectación y sin etiquetas, porque si bien se habla de todo esto, al espectador le espera una sorpresa que, si no conoce la obra, no se espera. Y tal vez en este final es donde la película funciona mejor y empatiza más con el espectador, porque refleja la vida, como dice Malena. Para lo bueno y para lo malo.