Lluís Homar (Barcelona, 1957) no requiere presentación. Actor de calidad de sobras (re)conocida, también dirige teatro y desde hace casi tres años está al frente de la Compañía Nacional del Teatro Clásico (CNTC), con la que ahora aterriza en la capital catalana para presentar una obra muy especial, Lo fingido verdadero, de Lope de Vega.
Este texto, no muy conocido por el gran público, refleja a la perfección la modernidad de un clásico del Siglo de Oro. Metateatralidad, técnicas de actuación y la cuestión de la verdad se entremezclan en un montaje dirigido por el catalán y que se puede ver en Barcelona del 12 al 22 de mayo en el Teatre Romea. Una excusa como cualquier otra para hablar unos minutos con el Homar director.
--Pregunta: Tras tres años al frente de la CNTC, por fin se estrena como director de la compañía en Barcelona. ¿Cómo lo vive?
--Con muchas ganas. Estuvimos con obras de formato más pequeño en el Temporada Alta de Girona la primera vez, sí, pero es cierto que esta es la primera vez que llegamos a Barcelona con un montaje de gran formato. Y que sea en el Romea y con Lo fingido verdadero, una obra que nunca se hizo en la CNTC y de referencia para ver la magnitud del gran autor que es Lope de Vega, con un espectáculo potente, hace ilusión.
--¿Qué le hizo atreverse con 'Lo fingido verdadero'?
--Cuando en los tratados se habla de Lope de Vega siempre se hace referencia a esta obra, que se avanza a Pirandello y trata el teatro dentro del teatro. Su estructura no es habitual, sí. Es como tres obras en una, en cada una de las jornadas. La primera podría ser un drama histórico; la segunda, una pieza de capa y espada y la tercera, una comedia de santos. Tiene un aparente despropósito, pero es una grandísima obra. Hay quien asegura que es el Hamlet de Lope y quien escribe que es el mejor texto de él. Detrás hay la grandeza de un monstruo de naturaleza, como diría Cervantes. Y en el fondo, porque es una reflexión muy a fondo del teatro, desde dónde debe hacerse y a qué puede servir. Un canto al teatro, de una contemporaneidad brutal. No es sencilla y, seguramente, sea una de las razones principales por las que no ha sido llevada a escena. Se puede pensar que la obra necesita una adaptación, pero, a medida que trabajábamos y descubríamos la obra, me fui enamorando de ella y poniendo en valor lo que era por sí misma. Igual que el año pasado hicimos El príncipe constante. El Siglo de Oro es tan prolífico, tiene tantos materiales, hay tantas obras maestras... Y esta es una de ellas. ¿Sencilla?, ¿fácil? No, pero magnífica, indudablemente.
--De hecho, usted, en estas temporadas al frente de la CNTC, ha apostado por unos diálogos de las obras clásicas con otras propuestas como hizo con Sergio Blanco o Josep María Miró. O con montajes menos convencionales como 'El diablo cojuelo' con payasos...
--Con Luna de Miguel, una poeta joven, con una mirada femenina y feminista muy potente, también. Sí, hay una cosa de la que nos sentimos realmente orgullosos y es este diálogo entre los dramaturgos contemporáneos y los textos clásicos. Lo hacemos para romper esta especie de puente insalvable, cuando el teatro sólo puede ser contemporáneo. Hicimos esto con el siglo XVIII, ahora representamos textos de autoras del siglo XIX, como Víctor Català, Emilia Pardo Bazán, Joaquina Vera... El año pasado hicimos las Troyanas de Séneca con Adriana Ozores... Es evidente que nuestro eje, nuestro foco es el Siglo de Oro, pero también hemos de ver qué pasa al lado, antes y después. Pero sí, de lo que más orgullosos estamos es de que al mirar el cartel de la temporada veas a Lluïsa Cunillé al lado de Juan de la Cruz o Sergio Blanco al lado de Lope. No hay otra cultura en el mundo que tenga un patrimonio tan importante como el Siglo de Oro. Si esto lo tuvieran los ingleses, los franceses o los alemanes... El otro día, lo decíamos con un experto como Felipe Pedraza. Tal vez, en el Siglo de Oro se escribieron unos 10.000 textos. La mayoría no sirve, cierto, pero de estos hay 150, ¡150!, que son obras maestras. Desde que Marsillach empezara con esta labor hay un campo muy amplío para trabajar. Queremos romper con la idea de que el Clásico es para cierto sector y contentar tanto a la gente conocedora como al ciudadano general y que sienta que la Compañía y el Teatro de la Comedia es también su teatro.
--Si tantos entendidos alaban el Siglo de Oro, ¿por qué cuesta tanto que en España se reconozca?
--Seguramente haría falta un estudio para descubrir por qué aquí se tiene esta cosa de no valorar lo que se tiene. Un ejemplo claro es Calderón de la Barca. Se le acusa de ser un autor católico, apostólico, romano, franquista... Nos dejamos llevar por unos impulsos tan pequeños. Calderón es un fenómeno que no se puede creer. Hay grandes figuras a reivindicar, pero esto es un fenómeno que se nos escapa. ¿Cuál es la razón? No lo sé. ¿Que lo hacemos? Es así. De lo que puedo dar fe con la experiencia que he tenido a lo largo de los años es que estamos fascinados. Ahora estoy sumergido con El burlador de Sevilla, que estará en el Grec este año. El burlador, ¡el mito de Don Juan! que sale del Siglo de Oro y ha tenido repercusión en tanta literatura. Esto solo por decir los grandes nombres, pero, en fin, es un fenómeno. Pero también es una labor que no solo depende de la gente de teatro por eso. En Inglaterra es Shakespeare, en Francia es Molière y en España es el fútbol y no es Calderón...
--Usted y la gente conocedora del teatro reivindican el Siglo de Oro español; en cambio cuesta que el público se acerque a ello. Como director de esta obra y responsable de la CNTC, ¿cómo se consigue acercar los clásicos a un público más joven?
--Nuestro lema es: el teatro solo puede ser contemporáneo. Nosotros no hacemos teatro antiguo, sino teatro contemporáneo con textos clásicos. Hay elementos que, por sí mismos, lo hacen atractivo. No ponemos en escena una pieza de museo, sino que intentamos, con lo que nos propone Lope, en este caso, hacerlo de forma cercana. Claro que hay un lenguaje muy particular, poético, en verso y eso, evidentemente, lo dificulta. Aun así, soy de los que piensan en romper con la idea de que los textos clásicos, del Siglo de Oro, no se entienden. Nosotros rompemos una lanza contra esa idea. Yo mismo, como actor, he visto que es posible encontrar la manera de que el espectador lo sienta cercano, pese a hablarle en un lenguaje no habitual. Yo creo en el teatro de la palabra y, sobre todo, en el trabajo de los actores. En este espectáculo hemos hecho todo para que nada pase por delante de la obra, ni se la tenga de lado. Todo está al servicio de los actores --vestuario, escenografía...-- y darle el máximo relieve a ellos.
--Hablando de los actores. ¿Es imprescindible haber sentido amor para ser actor? En un momento, el texto de Lope señala que "el representante, si no siente pasiones de amor, es imposible que pueda representar".
--Habla casi de una cosa stanislavskiana. Uno ha de estar de lo actúa. Si detrás de lo que actúas solo hay artificio, la verdad que se llegará a transmitir será artificiosa también. Dentro de la convención del teatro, que es un juego, sí. Pero para que esta invención sea debe ser hecha desde la verdad. Esta reivindicación de la verdad en el teatro, en estos momentos que estamos en lo que todo es "como si", es absolutamente fundamental. Seas joven o mayor, esto es válido, porque tengas la edad que tengas te confrontas con la verdad.