Jorge Sanz (Madrid, 1969) no requiere presentación. Tal vez le hizo falta en su día una serie como la que le hizo David Trueba, ¿Qué fue de Jorge Sanz?, pero nunca desapareció. Es un apasionado de la actuación y, pese a llegar tarde al teatro, ahora lo disfruta como el que más.
La nueva obra que representa en el Teatro Marquina de la capital, El premio, le reúne de vuelta con María Barranco, con la que no coincide desde Tiempo de tormenta, film guionizado por el mismo autor de esta pieza teatral, Joaquín Górriz.
Humor, actores y teatros
El montaje expone la vida de un escritor que tras su primera novela de éxito no ha conseguido otro. Reconvertido en profesor, se encuentra en una encrucijada cuando su mujer, responsable de una editorial, le propone salir del pozo y presentarse a un certamen literario amañando para que se lleve el galardón. Con una comicidad hilarante, el protagonista entra en pánico y se ve sacudido por la crisis de hoja en blanco.
Con motivo de este regreso a las tablas, Crónica Directo mantiene una conversación con el protagonista de Belle Époque acerca de la fama como premio, la interpretación y la situación de los actores como famosos, últimamente en el punto de mira por algunas declaraciones políticas que hacen en los medios.
--Pregunta: ¿En España se les machaca mucho a los actores, no se les permite ningún error?
--Respuesta: La farándula, al estar en el foco, la caga mucho por lo general. Lo que sí he notado es que en los últimos años está muy politizado. Parece que debes tener carnet de opinador o tertuliano y que los actores, cuanto menos hablen, mejor. Tanto es así que nos han sacado del medio. A ver si deja de estar todo tan politizado.
--¿Se les obliga mucho a posicionarse y al hacerlo se les condena?
--Desde luego, en cuanto te posicionas políticamente es “estás conmigo o contra mí”. ¡Es acojonante! De hecho, el foco de la vida social en España ya no es la vida social en sí misma, ¡es la vida política! Pones cualquier programa de televisión y lo que ves es qué han hecho los políticos ese día y el espacio de sociedad ha desaparecido por los programas de cotilleo. La vida social la llevan los políticos. Que un actor la cague, es lo normal. Si Quique San Francisco, Miki Molina y yo siempre hemos competido a ver quién hacía la cagada más gorda (bromea). Está permitido, siempre que no hables de política, si lo haces estás jodido. Como tenemos acceso a los medios, que leemos otras cosas, prensa extranjera y tal, solemos decir lo que nos sale del peine y no soportan que digas algo que ellos no controlan.
--¿No es triste que un actor no pueda expresar sus ideas políticas libremente sin que le tilden de algo?
--Si nos dan demasiada importancia, ¡no somos nadie! Somos sólo cómicos. Se deben pensar que la gente nos escucha y nos hace caso. A mí me encantaría poder dar mi opinión sin faltar a la opinión a nadie. Un periodista, creo que de la Fox, tenía la teoría de que la gente no quiere estar bien informada, sino bien gratificada. En España, todo está tan polarizado que quieres oír a gente que opine como tú o que te cae bien y a mí me encanta escuchar a mi adversario.
--Eso también se da en el teatro y en el cine, ¿no? Hay una serie de obras con contenido político claro. ¿Eso es positivo? ¿Debe ser así?
--Eso lo ha habido siempre y gracias a eso han salido grandes obras maestras. Durante la dictadura, con la censura, se hicieron películas como El verdugo o Plácido, películas que para burlar la censura se convirtieron en grandes obras maestras y con una critica social bestial. El humor para mí es el síntoma más claro de inteligencia y parece que hay gente que no tiene sentido del humor. Las pelis no han de tener un sentido u otro, han de decir lo que te dé la gana y tú eres libre de ir a verlo. Es como lo de Will Smith, ahora, que dicen que el humor tiene límites. ¡No! Lo que pasa es que eres un mal cómico, no eres Ricky Gervais, ni gracias con su sentido del humor, pero tienes el derecho de hacer el humor que quieras.
--¿El exceso de lo políticamente correcto, digamos? Muchos cómicos alegan que el humor es llevar una situación dramática al límite para reírse y sin faltar a nadie.
--Hasta la sátira es necesaria, te guste o no. Es faltona, pero no puede ser ilegal. Está claro que tu libertad acaba cuando empieza la de los demás, pero el humor es un síntoma de inteligencia. Estoy aprendiendo a empezar a hablar con lenguaje inclusivo y que no parezca una broma, que me descojono. ¡Tu no sabes lo que es Jorge Sanz en este país!
--Usted, por eso, ha encajado todas las polémicas con deportividad y humor.
--¡Es que para no reírte! Ya la vida se encarga de darte. Hay que ver de dónde te va a venir la siguiente hostia y estar preparado entre hostia y hostia, porque la vida es así. Hay que tratar de ser feliz, ser buena gente y reírte todo lo que puedas.
--De hecho, continúa en esta voluntad de hacer reír desde el teatro. Se encuentra en el teatro Marquina con la obra El premio. ¿Qué le atrajo del proyecto?
--Varias cosas. A mí me llegó el texto hace cuatro años. Es de Joaquín Górriz, es su primera obra teatral, pero es un gran guionista y ha trabajado mucho en televisión. Con él y con María hicimos, ya hace unos 20 años, Tiempo de tormenta, una de mis mejores películas y nos conoce muy bien. Y nos ha hecho dos trajes a medida cojonudos. Además, te lees el guion y piensas: ¿cómo no lo voy a hacer?. El humor me parece complicadísimo, más que cualquier otra cosa. Y más este tipo de humor en el que tú no haces humor, sino que el humor viene del personaje que sufre. Lo siento, pero la condición humana es así, uno ve a alguien que lo pasa mal, depende cómo, y te descojonas. Jack Lemmon en El Apartamento cogiéndose una pulmonía porque le ha dejado su piso al jefe para que pase una noche con la mujer que él ama. La comedia nace de un tipo que sufre y, como actor, es cojonudo. Darle leña a un personaje es muy agradecido (sonríe). Hay que saber encajarlo, es muy bonito. Un gran encajador, le dicen.
--De hecho, es su último paso en su carrera: niño prodigio, galán y ahora encajador de golpes.
--¡He pasado por todo! Niño prodigio no, porque estaba Lolo García y no trabajaba tanto, pero sí de continuo. He sido niño-actor, adolescente, jovencito, galán joven, característico, galán cómico, galán cómico, galán otoñal, maduro, ahora gran encajador… ¡Me falta muy poco ya! (ríe).
--¿Y siempre tuvo claro que se iba a dedicar a eso o fue casualidad?
--¡De casualidad! Yo no elegí la profesión, ella me eligió a mí con nueve años y a esa edad no sabes lo que vas a hacer. A mí eso me ha planteado una vida cojonuda, me siento un afortunado. ¡Tengo una vida del copón! Imposible imaginarlo.
--También ha pasado por muchos baches y sigue ahí. ¿Cómo ha sido mantenerse?
--Un poco por todo. “Soy como soy por la vida que he llevado”, que decía Bob Marley y no cambiaría ni una coma, porque me ha traído hasta aquí con lo bueno y con lo malo. Al final, te das cuenta de que el éxito en este oficio no es tener uno o dos éxitos, sino permanecer en el tiempo. Y no puedes estar siempre arriba, primero porque la gente se cansa de ti (ríe) y hay que dejarles descansar. Hay épocas mejores y peores y hay que saber estar arriba y abajo y, ante todo, ser persona. La fama, al estar más expuesto públicamente, hace que la gente te vaya redescubriendo. Serrat lo definía muy bien, decía que es como circular, tarda una serie de años, te esperas, haces Mediterráneo y llega un punto en que la gente está hasta los huevos de Mediterráneo. Dedícate a lo tuyo, a lo pequeñito, disfruta la vida y, si te sigues dedicando a la tuyo, la gente te va a redescubrir y dirá “claro que eres un actor cojonudo, pero no sabíamos dónde estabas”. Estaba haciendo mis cositas porque tengo mis facturas, haces teatro, te reinventas y es difícil. Y llega un momento que ya no eres Conan de pequeño. La gente te redescubre cada cierto tiempo y eso me ha pasado varias veces.
--Además eso hace que cada generación nueva pueda descubrir un Jorge Sanz distinto, ¿no?
--Cada vez menos. Antes me venía las señoras que me decían que su hija estaba histérica por hacerse una foto conmigo y ahora se me acerca gente joven que me dice que no sabe quién soy pero su madre está histérica por hacerse una foto con ella. He pasado de ser el niño de una generación al abuelo sin darme cuenta. Ni me he enterado. Me di cuenta cuando los presentadores de televisión eran más jóvenes que yo, menos Matías Prats (bromea).
--Y en estas reinvenciones de Jorge Sanz, de repente, pasó del cine al teatro. ¿Por qué?
--Yo empecé a hacer teatro hace 20 años. Hasta entonces trabajé mucho en cine y televisión, mi técnica era para la cámara, era lo que se me daba bien y había mamado y me veía en desventaja con los actores de teatro y, a la vez, me daba una envidia verlos pasárselo tan bien… Siempre me sentí en desventaja y tenía una excusa para no hacerlo. Hasta que vino Gonzalo Suárez y me ofreció hacer a Mortimer en Arsénico por compasión, ahí ya no pude decir que no. Entré allí sudando como un pollo y poco a poco dejé de sudar y me gusta. Es más complejo, otra historia, pero lo aprendes y llevar las riendas de un espectáculo en vivo es muy fuerte
--De hecho, un actor me decía que la televisión es de los productores; el cine, de los directores, y el teatro, de los actores.
--Eso es porque no hacía cine. Lo más fino y difícil es poder contar una historia a través de una cámara y la técnica complejísima del cine. Sobre todo porque hay un componente que no tiene todo el mundo, la fotogenia que, combinado con una buena técnica se vuelve imbatible. El teatro es otra cosa, empiezas por el principio, acabas por el final, no te da la posibilidad del cine, puedes contar una película con una sólo caída de párpados, si lo haces bien. Lo más fino para mí es el cine, con diferencia. El teatro es cojonudo, por supuesto, cuando te escuchan, impostas la voz y notas que la gente está pendiente de ti es impagable, es más gratificante que el cine. Pero insisto, el cine es más fino.
--¿También ahora con las nuevas tecnologías?
--Habrá más o menos medios, pero con un alambre y dos palitos puedes hacer cine. Ya hasta con el móvil. Donde hay más diferencia es sin duda con la tele. El cine y el teatro tienen ese punto artesano que no tiene la tele. En la tele hay cuatro equipos distintos, tienes que ir arriba y abajo constantemente, sacar 15 escenas en un día de 40 páginas. En la última aparición me vi correteando de un lado a otro.
--Usted pertenece a una generación de actores y actrices como María Barranco, Victoria Abril, Quique San Francisco… ¿Siente que forman parte de una generación y un tiempo que no se ha vuelto a repetir en España?
--No, pero se repetirá otra. La nuestra tenía nuestras cosas y está muy bien recordar ciertas cosas. Como que antes si no llegabas tarde al teatro no eras nadie, y si llegabas el primero le pedías al conductor que te diera cuatro vuelvas. Es muy divertido contarlo, éramos pocos, era muy bonito. Una época preciosa que, seguramente, les pasará a los de ahora de aquí un tiempo cuando recuerden la suya. Y sí, tengo esa sensación generacional con una serie de gente, un cierto cine, determinadas películas.
--Y al respecto de las generaciones y del tipo de cine. Tanto que se habla de la mala salud de hierro del cine español, ¿ha cambiado?
--Yo creo que con las plataformas hay muchísimos contenidos y una demanda más grande. A lo mejor, el modelo de producción o exhibición puede que esté cambiando y hay que saber adaptarse. Pero en España no hay cosa que nos guste más que nos cuenten un chiste y lo hagan bien. España va a ser siempre un país de cómicos, actores, de comedia y de cine. Tenemos una gran tradición de cineastas.
--¿Y cómo ve a la generación de ahora? Usted ha hablado del éxito de mantenerse, pero otros buscan la fama.
--Tu ves el recorrido que va a tener un actor y de qué pasta está hecho la primera vez que le ponen una alcachofa delante y le hacen una pregunta. Ya sabes la educación que tiene, qué quiere hacer como actor… Hay muchos actores de base que están en el teatro, que luchan por hacer grupete y van a tener carreras largas. Hay gente que piensa que ser actor es ser famoso en un reality, pero la vocación es muy bonita y, una vez que lo pruebas, es cojonuda. Es un oficio muy bonito.
--Para concluir, ¿el premio de la fama, como se dice en la obra, se paga muy caro?
--Depende del concepto que tengas tú de la fama. Para mí es una bendición, me encanta la gente. De pequeño hay situaciones que tú no controlas y te superan, pero cuando empiezas a controlarla es cojonuda. Pasar la vida así es una bendición y el que diga que no es gilipollas.