Carles Sans (Badalona, 1955) está ¡Por fin solo! Este grito de guerra no es tanto que esté harto del Tricicle, sino que así se llama su nuevo espectáculo alejado ya de Paco Mir y Joan Gràcia.
Para el humorista es un salto al vacío y una oportunidad de poder hablar sobre un escenario, sin alejarse nunca de una gestualidad que ha ido trabajando durante los 42 años que ha estado con la famosa compañía.
Confidencias
El actor no está sólo en esta nueva aventura, en la dirección ha contado con la inestimable presencia de un gran amigo suyo y reputado cómico, José Corbacho. Con él ha depurado las historias y anécdotas bizarras y divertidas que Sans ha vivido en sus años de fama. Historias de viajes, de médicos, de encuentros por la calle. Todo 99% real, el otro 1% es solo ese toque de humor añadido que él le pone.
Feliz con el proyecto que arrancó en Avilés y Bilbao y que hasta el 16 de enero se encuentra en el Teatre Borràs de Barcelona, el catalán espera hacer gira por toda España. Antes de ello, encuentra un momento para hablar con Crónica Directo sobre este apasionante proyecto y sobre los cambios en el mundo del humor.
--Pregunta: ¿Cuándo y cómo surge la idea de ‘¡Por fin solo!’?
--Respuesta: Cuando se habló de la posibilidad de aparcar el proyecto de Tricicle, uno no puede evitar preguntarse qué va a hacer con su vida. Teniendo en cuenta que la mía ha sido 40 años de Tricicle, esta nueva etapa se hace un poco extraña. Sobre todo, dejar de trabajar. Allí me empecé a plantearme y pensé que sería una buena idea emprender una aventura en solitario y haciendo algo completamente distinto, en el sentido de poder hablar después de 40 años en silencio. Más tarde, empecé a pensar sobre qué podía hablar y me di cuenta de que había reunido tantísimas anécdotas, divertidas, insólitas, disparatadas que quizá valdría la pena construir un espectáculo a partir de esto.
--Son muy locas, así es. ¿Son 100% reales o ha aportado algo de ingenio?
--Son reales. Todas han ocurrido, pero, obviamente, al subirlas a un escenario uno le pone el IVA. Lo digo claramente al inicio del espectáculo, por muy insólitas y ridículas que puedan parecer han ocurrido de verdad. También es importante recalcar que más allá de lo divertidas que son las anécdotas, enmarcadas dentro de la interpretación muy gestual que se le aplica, hace que la gente lo agradezca mucho.
--Una de las más chocantes es la situación en la que usted se hace una colonoscopia mientras el doctor le pregunta por el Tricicle.
--Fue un momento un poco difícil de gestionar, la verdad. Para un médico, hacer una colonoscopia puede ser algo muy rutinario, pero para el paciente es muy traumático. Y él conversaba con una naturalidad que a mí me parecía surrealista.
--¿Con tanto diálogo al que no está acostumbrado en escena y la gestualidad acaba muy extenuado?
--Lógicamente, sí. Es una hora y media sin parar de hablar. Pero entras en una especie de Dragon Khan y la adrenalina pone de su parte. De todos modos, un poco de vértigo siempre da. Antes de empezar el espectáculo pienso por qué me he metido en esto.
--Y a eso se le añade que es la primera vez que se sube a un escenario y está usted solo, imagino.
--Impone. Has estado 40 años trabajando en compañía, teniendo la réplica gestual de tu compañero y ahora tienes que defender esta hora y media tú solo en la que no puedes tener ningún contratiempo porque nadie te va a cubrir. Eso siempre añade un poco más de presión, pero, poco a poco, uno se va haciendo a la idea y coge seguridad, que es fundamental para un actor.
--¿La presencia de su amigo José Corbacho en la dirección ayuda a sentirse algo más arropado?
--Claro. Además, por mucho que yo tuviera claro la historia que quería contar, una mirada externa es necesaria siempre. Tú estás demasiado metido en el tema para diferenciar y un profesional de tantos años como él me pareció conveniente. Me ha dado unas indicaciones, también, que yo no hubiera visto quizás.
--Lo digo porque usted también dirigió obras ajenas al Tricicle y en esta vemos que se ayuda. ¿Es una excepción o ahora prefiere centrarse en la actuación más allá de la dirección?
--No. A mí me gusta tocar varias teclas. Con Tricicle ya estamos preparando un musical que dirigimos hace unos años, Forever Young, pero también me gustaría dirigir una comedia que tengo escrita desde hace tiempo, El segundo intento… Tengo ganas de seguir haciendo cosas ordenando un poco el calendario y sin volverme loco. Lo que no me veo es en casa preguntando qué hay hoy para comer.
--Y debe ser difícil tras 40 años de profesión. ¿Qué le llevó hasta aquí? ¿Esperaba dedicarse al humor?
--No. Yo iba para abogado. En la universidad me parecía que el mundo de la actuación era una cosa marciana. Pero, cuando llegué del servicio militar, me apunté a una escuela de arte dramático y expresión corporal y, de repente, me di cuenta de que aquello era fascinante. Me gustaba el ambiente, lo que me enseñaban, además sentí que tenía cualidades y luego encontré a mis dos compañeros y con ellos creamos una maravillosa idea llamada Tricicle que ha funcionado a tope tantísimos años. Esto ha superado lo que imaginaba que podría ser mi vida.
--Han sido muchos años. Y teniendo en cuenta cómo han acabado otras formaciones cómicas siguen unidos y ahora recuerda las grandes anécdotas. ¿Nunca hubo peleas?
--Nosotros hemos sido un matrimonio a tres con lo bueno y con lo malo. Siempre ha habido mucha armonía, mucho respeto y mucha mano izquierda, algo fundamental para una compañía creativa. Hay que saber administrar los egos y lo hemos sabido hacer muy bien. Sí que tal vez, en los procesos creativos, que son los más tensos porque son en los que más te juegas, quizás se agudiza más la tensión. Pero, vistos los resultados, es una tensión necesaria. Crisis potentes de “esto se va al garete”, no. No se trata de usar el revanchismo contra el otro porque no te ha aceptado un gag, sería una chiquillada y una gilipollez. Uno debe procurar guardar el amor propio por difícil que sea.
--Y en estos 42 años de carrera, ¿cómo ven la evolución del humor? ¿Se han puesto más límites?
--Por supuesto que sí. Estamos más limitados. Hay gente que dice que hay más libertad ahora, y en ciertos aspectos es obvio; en otros, lo discutiría. El humor siempre fue la llave para hablar de todo, incluso en el franquismo se podía lanzar alguna indirecta. Ahora, en cambio, está muy difícil porque si antes el Estado ejercía la censura, ahora se ha puesto en manos de la sociedad civil. Es la sociedad civil la que, a través de las redes, te juzga, te penaliza, te castiga o te machaca y esto es lamentable. No hay otro camino y si te lo saltas pasas a ser el enemigo. Por eso, los que nos dedicamos al humor tenemos que pensarnos el decir según qué cosas porque siempre hay algún colectivo al que puedes ofender o sentirse atacado.
--Un hecho que afecta también al arte, intuyo, porque sale con menos libertad.
--Es más difícil porque te tienes que coartar, no puedes hablar de cualquier cosa. Por ejemplo, un chiste de suegras dependerá de quién lo cuente, si lo haces tú que no tienes nada contra las suegras es gracioso, si lo cuenta alguien que sabes que odia a las suegras es ofensivo y molesta. Depende de quién te lo cuente, hay una mirada o una tendenciosidad. La sociedad ha decidido meternos a todos en el mismo saco y, por tanto, ese chiste ya no lo puede contar nadie. Ya está, eso no se toca y se acabó.
--¿No es curioso además que las redes, que venían a hacernos más libres, se hayan convertido en armas de censura?
--Exacto. Cuando llegaron las redes todos pensaron que nos podríamos expresar sin cortapisas y los gobiernos no nos iban a poder decir qué hacer y qué no. Se ha dado la vuelta. Hemos cogido el papel de los gobiernos y con mayor vehemencia. De todos modos, hay valientes que se la juegan, pero entiendo que haya personas que se dediquen al humor que se lo piensen dos veces antes de decir según qué cosas.