Sergio Otegui (Madrid, 1956) regresa en un espectáculo homenaje a un grande del teatro español, Adolfo Marsillach. El catalán fue el impulsor y creador de la Compañía Nacional del Teatro Clásico (CNTC), una institución que desde su nacimiento en 1985 hasta ahora se ha convertido en un referente de la escena.
La primera obra que estrenó en el ente público fue El médico de su honra, de Calderón de la Barca. Su montaje fue revolucionario y por eso Roberto Alonso Cuenca presenta una propuesta casi idéntica en su honor.
Teatro en pandemia
Otegui está encantado con la propuesta, recuerda haber visto la obra en su estreno y ahora forma parte de ella. Lo hace en tiempos pandémicos, pero asume el reto sin problemas.
El actor de series míticas como Yo soy Bea, La verdad de Laura, Al salir de clase o El super, repasa qué significa levantar un espectáculo sobre el honor y los celos en pleno siglo XXI y reivindica el papel de la cultura en la formación de la humanidad.
--Pregunta: ¿Cómo llegó el proyecto?
--Respuesta: Las productoras me llamaron, me comentaron que era un proyecto de la Comunidad de Madrid, un homenaje a Adolfo Marsillach con el espectáculo que inauguró la Compañía Nacional del Teatro Clásico. Yo recordaba ese montaje. Me impactó mucho. Me propusieron el personaje de Enrique, que es especial, diferente, y yo encantado
--¿Cómo definiría a este personaje?
--Sin ser el protagonista, aunque igual sí, es el detonante de la obra. Es muy arrogante, temerario. Con su condición de hermano del rey se pone el mundo por montera y ante las cuestiones de honor se las salta a la torera. Intenta volver a retomar un viejo amor con una mujer que ya está casada, algo que con su condición de hermano de noble es impensable.
--¿Qué importante es el honor en la obra y ahora?
--Hoy en día no tanto. En su día, las clases poderosas le daban importancia al honor, la honra y la opinión que tuvieran los demás de ellos y de su comportamiento. Tanto que se perdían vidas.
--¿Qué le cuenta la obra de Calderón al público de ahora?
--Es curioso porque en los dramas de honor el asesino suele ser castigado y paga por su delito. En esta obra no, incluso es premiado con otro matrimonio con una persona a la que deshonró previamente. Seguramente Calderón quiso poner en evidencia lo irracional y la barbaridad que supone vivir bajo la esclavitud del honor. Es una obra que evidencia la brutalidad de los dramas de honor. En esta época nos puede sonar a chino, pero todavía hay celos, todavía nos importa la opinión de los demás y mucho.
--Los celos se siguen dando, es un hecho.
--Hay muchos crímenes machistas. Por aquel entonces había respaldo de la autoridad en esos crímenes. Afortunadamente hemos evolucionado un poco y ante esos crímenes no hay esa indulgencia como la del siglo XVII.
--¿Qué supone retomar el montaje de Marsillach?
--Es un homenaje a su primer montaje que revolucionó la manera de hacer un drama de honor como este desde todos los puntos de vista: la iluminación, la escenografía, la interpretación. Fue uno de los primeros montajes en lo que en el mismo espacio se desarrollan todas las escenas. Sólo modificando algunos elementos hace que el espectador vea un palacio y luego una calle donde antes vieron una casa de campo. Un poco, salvando las distancias, a lo Peter Brook y el espacio vacío. Revolucionó la forma de decir el verso, el vestuario.
--¿Cree que se le reivindica lo suficiente?
--No lo sé. Pero hizo cosas sorprendentes como obras que se desarrollaban como si fuera una película, había actores que simulaban grabar una escena que se daba allí. No sé si se le reivindica o no. Aquí nos morimos todos, tarde o temprano, y al cabo del tiempo nadie se acordará de nosotros. Marsillach revolucionó el teatro y todo el mundo lo sabe y pasados más de 30 años le hacemos un homenaje y puede que en unas décadas su nombre desaparecerá como tantos otros han desaparecido. Como tantos directores y actores.
--¿Y cómo es subirse a un escenario en pandemia?
--Raro. Hemos hecho los ensayos con mascarillas y eso hace difícil proyectar la voz y no ver del todo la cara del compañero. La primera vez que hay público ves también la primera vez la cara de tu compañero sin la cara tapada. El primer día con público casi echaba de menos la mascarilla, porque es un elemento con el que has montado la función. Es raro, pero a la segunda función esta sensación de extrañeza desaparece.
--Laia Marull lo define como un acto de fe.
--La cuestión es que el público sí lleva mascarilla. Los actores casi que somos burbuja y la gente no corre ningún riesgo porque el nivel de seguridad en la cultura es absoluto.
--¿Cree que se ha gestionado bien?
--No lo sé, creo que deberían a ver sido un poco más flexibles en cuánto a los aforos. De hecho, hoy en día se podría permitir un aforo completo por lo que decía antes. Primero, porque el público lleva mascarilla; segundo, porque hay distancia de seguridad; tercero, porque hay gel; y cuarto, porque son una serie de personas mirando al frente, hacia el mismo lado y sin interactuar entre ellos. Es raro ver medios de transporte abarrotados e interactuando como ellos y que en el teatro haya butacas de separación. Lo mismo con los restaurantes. En este sentido, las autoridades en general deberían ser un poco más flexibles y ser más laxos para permitir un mayor aforo y cuanto antes, sobre todo porque la cultura es un sector muy afectado por la pandemia.
--¿Le ha afectado a nivel profesional?
--Sí. Han caído proyectos que espero que se retomen este año o el que viene. Alguno no se ha podido hacer.
--Usted ha estado en series de éxito y ahora se le ve más en el teatro, ¿se siente más cómodo ahí?
--No, en el teatro me contratan (ríe). A nivel de series estoy abierto a cualquier proyecto interesante que salga. Son etapas.
--¿Qué proyectos tiene por ahora?
--En Mérida, tenemos un proyecto con Laura Aparicio, que se llama Casandra y los perros, dirigido por Verónica Mey. Tengo funciones de una obra que estrenamos el año pasado de Beatriz Bergamín, El presente es un animal. Y a finales se septiembre retomamos un proyecto parado por la pandemia con motivo del año Galdós. Electra, en Las Palmas de Gran Canaria, que es una producción del cabildo y del Gobierno de Canarias.
--¿Lo público ha sido útil a la hora de salvar compañías? ¿Cree que se ha reivindicado la función pública?
--No lo sé. Es posible. La cultura siempre ha estado necesitada de ayudas porque es absolutamente fundamental para el ser humano. Es necesario que las instituciones la apoyen por eso mismo.