Así es la cerrajería de mi padre en Barcelona: cumple 100 años y está a punto de cerrar
Un pequeño taller de construcciones metálicas resiste el paso del tiempo en pleno barrio de Gràcia
17 marzo, 2024 09:00Noticias relacionadas
Hay olores que retrotraen al hogar. Para algunos son un ambientador, el de la madera de los muebles, la comida de sus padres. En mi caso, el hierro es sinónimo de casa. Ese aroma, que podía oler desde la habitación y que tantas veces repudié, traía la noticia de que mi padre había llegado. Al independizarme eso se fue, pero siempre va a quedar asociado a él.
Mi padre no es ningún famoso, sólo es un trabajador más. Bueno, ahora se le llama pequeño empresario, pero siempre ha sido un trabajador más. Empezó en el “taller” de su abuelo. Aquella primera Cerrajería Colás que abrió a principios del siglo XX en la calle Muntaner y cuya mesa de trabajo todavía se puede ver en el local que todavía sigue abierto en la calle Milá i Fontanals de Gràcia. Todavía no se sabe por cuánto tiempo.
Mi padre está a punto de cerrar la cerrajería. Este enero ha cumplido los 65 años y ya piensa en chapar el negocio. Ese negocio que, a pesar de sus pequeñas dimensiones y de su carácter familiar, ha dado de comer a tres personas y varios perros desde hace más de 40 años.
Tal vez para muchos esta cerrajería no es especial. Para mí, sí, es la de mi padre. Aquí no se forja hierro ni se hacen copias de llaves ni se venden herramientas, aunque antes se hacía. Más bien se llevan a cabo “construcciones metálicas”, un nombre muy fancy para hablar de rejas, ascensores, ventanas, mesas y cosas del estilo. También esculturas y premios.
En una estantería situada encima de la mesa centenaria de la cerrajería luce un premio de RNE que fue diseñado por otro, pero llevada a cabo entre esas cuatro paredes. Un trabajo menos lucido, pero necesario para la realización de ciertas piezas de arte. Como el que tienen sus trabajadores.
Hace falta mucho arte y ganas de trabajar para estar entre cuatro paredes, oliendo a hierro, soldaduras, el líquido de la cortadora de hierro o evitando quemarse con las chispas de la máquina de soldar, la radial o la afiladora. La más nueva y la de pie. Que también tiene más de 100 años.
Allí, discreta, fija en el suelo, inamovible desde que llegó de Muntaner, resiste esta afiladora de pie que ya no cumple los estándares de seguridad y que hace años que no usa, pero que recuerda el paso del tiempo y la historia del negocio. Lo mismo sucede con el yunque centenario colocado sobre un gran y resistente tronco. Está allí apartado, como se hace con la historia, como testigo del pasado. Un pasado que pesa, pero que también se esfuma.
Decía que esa cerrajería, tal vez, no era especial. Uno en realidad entra en la cerrajería y ve un grisáceo local cuyas paredes blancas apenas se intuyen. Los residuos del hierro, del trabajo, están más impregnados que la pintura. Como se impregna el olor de este material en la ropa de trabajo y que me recuerda a mi padre y, orgullosamente, de donde vengo.
A mano derecha quedan las diferentes barras y planchas por usar; a la izquierda, algunas de las estructuras ya listas para entregar y la mesa de trabajo. El banco. Este mueble también tiene más de 100 años. Resiste el paso del tiempo con su mordaza de banco, las herramientas dispuestas en la pared de forma caótica y sus centenares de agujeros de los golpes dados en falso, de los martillazos y trabajos realizados que no se cuentan por miles, sino por millones. La vida sigue hacia el fondo, entre máquinas de cortar y de perforar, y junto a un carrito de la compra donde poner piezas sobrantes, pero que uno nunca sabe cuándo pueden ser útiles.
La cerrajería cuenta también con un pequeño despacho. Ese lugar al que mi padre solo entra para atender visitas y apuntar las medidas, teléfonos y trabajos por hacer. No falta la libreta a cuadros donde apunta los presupuestos y facturas por hacer. Hay un ordenador, pero él no sabe ni cómo va.
Desde hace tres décadas, ese es el lugar de mi madre, la otra persona del negocio que va a jubilarse este 2024. Ella trabaja bajo la atenta mirada de los antiguos dueños del local, de la que ella ahora es copropietaria.
Mi tatarabuelo, mi bisabuelo y mi tío abuelo, con caras de gente muy estricta, parecen juzgar todo lo que ella hace. Incluso observar las medidas que apunta mi padre. A veces, parecen que le van a reñir o recriminar que "así no se hacen las cosas". Por suerte, ellos ya no tienen ni voz ni voto. Mi padre, en breve, tampoco.
Esta cerrajería, la única centenaria de todo el barrio de Gràcia y vete a saber si de Barcelona (su número de asociados al gremio de cerrajeros está entre los diez primeros), está a punto de cerrar. La enorme llave que sirve de pomo de puerta y que se ve desde la calle, puede que finalmente cierre de verdad. Si nadie lo impide.
Los trabajadores, que aparecen en las fotos y que también llevan decenas de años con mi padre, no quieren que la historia se acabe aquí. Esperan poderla mantener. Un negocio de este tipo no se puede perder. Es comercio de proximidad, son muchas las señoras y señores que entran cada día para que se acerquen a hacerles pequeños trabajos. Pero además es historia.
Por ahora, todo se queda en un proyecto de rescate, en un cercano adiós. Cuando finalice este año, ya con mi madre en edad de jubilación, Cerrajería Colás cierra. Y con ella, parte del pasado del barrio y de la historia del sector. De la historia de mi padre. De mi historia. Y de la de Barcelona.
Por suerte, a él, todavía le queda mucho por vivir. Él, que ya lleva años sin mancharse, pero sí apuntalando el negocio y haciendo el papel social de una empresa, asegura tener muchas cosas por hacer. “No me voy a aburrir”, asegura. Puede ser. Espero. Pero, sin duda, si los trabajadores no lo impiden, pensar en el cierre le duele. Aunque él no lo admita.
Desde aquí, como su hijo, un periodista alejado de todo este mundo del hierro, no puedo hacer mucho más que esto, dedicarle unas palabras a su negocio, a su trabajo de toda la vida. Aquel que me permitió una educación, una carrera y hasta un máster. Aquel al que, ahora que se acerca el Día del Padre, le dedico estas palabras. En honor a su trabajo y esfuerzo y en el de todos aquellos que lo hicieron posible. Pero, sobre todo, en su honor. En honor a mi padre. Gràcies.