La relación de Trotsky con Cataluña siempre ha estado marcada por su muerte. Esto es lo que más se conoce. Ramón Mercader fue el catalán encargado de acabar con su vida. Pero hay una relación un poco más luminosa del comunista ruso con el territorio.
Trotsky vivió en Barcelona. O más bien, permaneció en la ciudad durante cinco días. Pese a todo, le encantaba la ciudad. Era 1916 y el ambiente anarquista le fascinaba, pero también su arquitectura y espíritu.
Barcelona, según Trotsky
En sus libros comenta que “Barcelona, la capital de Cataluña” es una “gran ciudad de tipo hispanofrancés. Niza en un infierno de fábricas. Humo y llamaradas, por un lado; muchas flores y frutas, por otro”. En resumen, “Barcelona es otra cosa; allí hay espíritu francés”.
Él se quedó allí poco tiempo, huía a Nueva York, con dolor. “En Barcelona se cerraban a mis espaldas las puertas de Europa”, comenta en su biografía, pero allí su familia estuvo más tiempo. Al menos eso contaron en su día a La Vanguardia algunos de sus vecinos.
El edificio
María Serrallach dijo estudiar con la hija del comunista en el Colegio Alemán. Asegura que vivía en pleno centro casi, en el entresuelo del número 88 de la calle de Balmes, un edificio señorial del Eixample barcelonés.
Ahora, ese edificio mantiene su majestuosidad, pero apenas del recuerdo de esos habitantes tan particulares. Si en sus bajos antes había un gimnasio y una imprenta, ahora hay unas oficinas y una tienda de vapeadores. Una prueba de que los tiempos cambian.
Cómo lo veían sus vecinos
Allí, Serrallach asegura que vio al padre de su compañera en alguna ocasión, y lo recordaba como un hombre viajero, que apenas estaba por casa. De su físico recuerda su barbilla, sus ojos “penetrantes” y sus gafas gruesas. Lo cierto es que estuvo poco. Pero en cualquier caso dejó huella.
La familia de Trotsky se fue con él en barco a Nueva York y nunca más regresó. Ni la historia ni la ciudad recuerdan su paso por Barcelona, aunque él sí le dedica algunas palabras en sus libros.