Un kilómetro cuadrado y 1.048 habitantes bastan para ser uno de los pueblos con más encantos de toda Cataluña. Claro que estar situado al borde de un acantilado ayuda mucho. Aunque da vértigo.
Los catalanes ya habrán deducido de qué pueblo se trata. A 50 km de Girona está la Cuenca de Cataluña, Castellfollit de la Roca.
Cómo llegar
Arribar hasta allí es muy sencillo. Se trata de ir por la AP-7 hasta la salida 6 hacia Olot/Banyoles. Una vez se pasa Serinyà, al cabo de pocos kilómetros se toma la salida A-26.
Antes de llegar a Castellfollit, si se tiene tiempo y no se ha visitado el lugar, uno puede acercarse a Besalú, un pueblito medieval a poco más de 13 km. del destino cargado de encanto. Siguiendo la A-26, lo único que queda es desviarse por la N-260z hasta el lugar.
Lugar histórico
Antes de llegar, y desde la misma carretera, en lugares habilitados para dejar el coche, se ve a lo lejos el municipio. Desde allí se contempla una de las mejores vistas del pueblo. Hay desde un aparcamiento hasta un mirador.
Antes de cruzar el río Fluviá, uno contempla el acantilado sobre el que se eleva este pueblo. Al filo de lo imposible, a 50 metros de altura. De hecho, siempre se teme porque un día pueda caer. La orografía del lugar es fruto, en primer lugar, de la erupción de los volcanes de Batet de la Serra y Begudá, que se remontan a unos 200.000. Desde entonces, los ríos Fluvià y Toranell (así como los efectos del cambio climático) perjudican esta piedra volcánica sobre la que se erige esta localidad.
El pueblo
Más allá de las vistas, Castellfollit de la Roca está llena de rincones dignos de ver. Por un lado, está el mirador Josep Pla, no apto para aquellos que tengan vértigo. Y para los que no hayan disfrutado de las vistas de lejos pueden descender hasta la pasarela-mirador.
Pero el trazado medieval de las calles del pueblo también tiene mucho encanto. Las calles estrechas del casco antiguo hacen pensar que el medievo no ha pasado. Sólo las tiendas lo dejan claro. Casas y caminos de piedra mantienen la esencia.
Qué ver
Entre los edificios que merece la pena disfrutar están, como no, la iglesia de Sant Salvador, situada en el extremo del risco. Esta edificación del siglo XIII es ahora una sala de exposiciones y cuenta con uno de los mejores miradores, la torre del campanario. Otro espacio que merece detenerse a mirar es la Torre del Reloj.
Por último, destacar también la gran variedad gastronómica que ofrece el pueblo. Que sea pequeño no significa que la oferta sea limitada. Las brasas y la comida tradicional catalana son los platos estrellas, pero hay uno que destaca, Ca la Paula. Desde 1870, esta fonda ofrece comida casera que hace las delicias de sus comensales.