Hay puentes que van unidos a su leyenda. Por ejemplo, son muchas las personas con ideaciones autolíticas que encuentran en estas construcciones un lugar ideal para quitarse la vida. En Barcelona hay uno que fue muy popular, el puente de Vallcarca.
Esta construcción, por eso, ya nació marcada por la muerte. Ahora que hace 100 años de su construcción, merece la pena recordar su historia que, además de estar marcada por la guadaña, también tiene mucho de revolucionaria.
Inicios determinantes
El viaducto fue muy controvertido e innovador para la época. Fue el primero de toda Cataluña en estar construido a base de hormigón armado y uno de los primeros de la península ibérica. Aunque no fue fácil conseguirlo.
La primera intención fue unir el Putxet con El Coll a través de un puente hecho de hierro, para poder cruzar el lecho de la riera de Vallcarca. Era lo común en la época, pero en 1917, cuando se iban a iniciar las obras, la muerte ya hizo acto de presencia. Su arquitecto original, Miquel Pascual, falleció.
Un símbolo de modernidad
Tomaron las riendas del proyecto Lluís Homs y Eduard Ferrés. Ambos fueron elegidos por su apuesta por la innovación. Y no defraudaron. Igual que habían hecho en otros edificios de la ciudad como los almacenes El Siglo, los arquitectos apostaron por la técnica innovadora del hormigón armado para realizar el puente.
De aquella época se mantiene casi todos, menos los adoquines. Los elementos de soporte consisten en tres columnas, revestidas de piedra y ladrillo a la vista, que sustentan dos amplias placas de hormigón aún están allí. Lo mismo que la placa superior, que desempeña la función de calzada y ofrece espacio para tres carriles de circulación vehicular y aceras peatonales a ambos lados. La placa inferior se halla adornada con cuatro esculturas en relieve en cada una de sus fachadas, representando los escudos de Sant Jordi y de Cataluña, acompañados de leones alados. La barandilla, de diseño cerrado, exhibe una ornamentación de paneles geométricos de estilo art-decó, creando un contraste con los pináculos de estilo secesión. Encima de cada uno de los pilares, se erigen balcones semicirculares que funcionan como miradores.
Realidad y leyenda
Todos estos elementos hicieron de su construcción todo un éxito. Muchos barceloneses y habitantes de otros puntos de España se acercaban a verlo. Era un símbolo de modernidad. El puente ofrecía, como ahora, unas impresionantes vistas de la ciudad y a la montaña de Collserola. Un factor que atrajo poco a poco a gente que no iban a disfrutar precisamente de ello.
El nombre por el que era conocido da claras pistas del uso que le dieron unos cuantos. Como pasa con el puente de Segovia en Madrid, el de Vallcarca fue también bautizado como el puente de los suicidas. Esa era su fama, incluso algunos morbosos seguían yendo allí por todo ese halo que rodeaba al viaducto.
Vallcarca en la cultura
La literatura también ayudó a encumbrar esa leyenda al estado de mito. Autores como Andreu Martín o Juan Marsé hablaron de él a la hora de abordar el suicidio. Prueba de ello es La historia oscura de la prima Montse, en la que la pobre protagonista, víctima de educación católica, aunque privilegiada, no pudo soportar su historia con Pijoaparte, y se tiró al vacío en pleno franquismo ante la imposibilidad de vivir semejante desamor.
En estos 100 años de historia, el puente de Vallcarca, a pesar de estar lastrado por el suicidio, se ha convertido en un elemento arquitectónico integrado a la cultura popular. A finales de los 80 aparece apareció en El asombro del robot, una aventura de Superlópez. Aunque los más jóvenes pueden que lo recuerden porque aparece en el drama romántico Tres metros sobre el cielo, protagonizado por Mario Casas. Sin duda, un siglo da para mucho.