A menudo anhelamos explorar lugares distantes, a miles de kilómetros de nuestras residencias, en busca de relajación, cuando en realidad contamos con paraísos cercanos. Uno de estos tesoros en Cataluña Beget, una encantadora localidad en el Vall de Camprodon.
Conforme te vayas acercando a este paraje, te costará entender que solo estás a una escasa hora de Barcelona. ¿Quién lo hubiera imaginado? Vacas pastando tranquilamente, ovejas disfrutando del sol y bosques de robles, abetos y hayas nos transportan al escenario más impresionante de la Alta Garrotxa, que nunca carece de asombro, sin importar si brilla el sol o la nieve cubre el suelo.
Un tesoro oculto en Cataluña
La Vall de Camprodon abarca seis municipios, con Camprodon como eje central, además del pintoresco Setcases, Vilallonga del Ter, Llanars, Molló y Sant Pau de Segúries. Juntos conforman un antiguo territorio de montañas, prados, bosques y corrientes de agua, perfecto tanto para los amantes del turismo de aventura como para aquellos en busca de serenidad.
Beget, una de las joyas de Cataluña, reside en este valle, específicamente en una elevación de 541 metros sobre el nivel del mar. Conforme avances por la sinuosa carretera, este pequeño pueblo emerge entre las montañas de manera casi inesperada.
Este rincón de antiguas viviendas de piedra recibió la distinción de Bien de Interés Cultural en julio de 2016 y fue nombrado pueblo con encanto en 2019.
La mayoría de sus viviendas son segundas residencias, al igual que ocurría en la Vall de Camprodon en tiempos pasados, cuando la burguesía catalana veraneaba aquí. Aunque es interesante notar que la historia de Beget se remonta a 959. En 1013, el Monasterio de Sant Pere de Camprodon erigió su iglesia, que actualmente es su tesoro más preciado.
Qué ver en Beget
Beget está rodeado de naturaleza, atravesado por el río que lleva su nombre. Es posible recorrerlo a pie en pocas horas, aunque si deseas aprovecharlo al máximo, es recomendable seguir algunos de los senderos que enlazan los pueblos de los alrededores.
Durante el verano, puedes visitar sus cañones de agua, ideales para un chapuzón en plena naturaleza, mientras que en invierno y otoño, explorar los bosques en busca de setas es una opción atractiva.
Las casas están construidas en terrazas junto al río, otorgándole un aspecto completamente bucólico. A pesar de su tamaño aparentemente reducido, se divide en tres barrios separados por el río y conectados mediante dos puentes.
El barrio noroeste, el más antiguo, resalta por la Iglesia de Sant Cristòfol en la plaça Miquel Oliva. Se trata de una construcción románica del siglo XII, también catalogada como Bien de Interés Cultural.
El segundo barrio se alcanza atravesando el segundo puente. Aquí se halla la plaça Major y la torre del rellotge (cuidado, no pases de largo). Para acceder al tercer barrio, erigido entre los siglos XVIII y XIX, se cruza el pont petit. Este sector está en un nivel más elevado que los otros, con viviendas construidas con muros de piedra.
Antaño y hasta la década de 1980, las casas solían tener balcones y dinteles de madera en puertas y ventanas. Este encantador estilo ha contribuido a que el paso del tiempo no deje constancia.