Meditemos durante un momento en una de las verdades más evidentes asociadas al calor: el calor se instala y los calcetines dejan de ser una prenda imprescindible. Esto es así y ya está. En su lugar, las sandalias y las chanclas comienzan a dominar las calles de Cataluña.
Sin embargo, y pese a esta verdad tan evidente, es superhabitual ver a turistas extranjeros combinando calcetines con sandalias o chanclas, ya sea para darse un remojo o simplemente como parte de su atuendo. Este fenómeno se extiende incluso al ámbito de la moda, donde cada vez es más común ver a personas llevando sandalias o chanclas con calcetines. ¿Por qué es así? ¿Qué está ocurriendo? Te lo contamos.
El origen de esta curiosa tendencia se remonta a dos milenios atrás, en el Antiguo Imperio Romano. En aquella época, los soldados romanos solían usar calcetines junto a un tipo de calzado llamado caligae, algo similar a una sandalia, como medida para combatir el frío. Por eso muchos extranjeros mantienen arraigado esta costumbre incluso cuando viajan a lugares donde en verano hace mucho calor, como en Cataluña.
Pero eso no es todo. ¿Por qué, pese a que ahora sabes la razón, te sigue sorprendiendo e incluso quizás te cueste aceptarlo? 19 siglos después, en pleno Romanticismo, los viajeros de esa época solían forjar mitos y estereotipos sobre la vestimenta de las regiones que visitaban. Esto llevaba a reacciones sarcásticas e incluso de rechazo hacia todo lo que les parecía estéticamente desconcertante, según explica Karin Wachtendorff, una historiadora del arte especializada en moda histórica en El País.
Este fenómeno histórico ha trascendido a la moda actual y se ha convertido en una costumbre arraigada en el turismo internacional. Aunque para algunos expertos pueda resultar cuestionable desde el punto de vista estético, la práctica de usar calcetines con sandalias o chanclas tiene sus orígenes en la antigua Roma como una forma de protegerse del frío. Y nuestra sensación de rechazo hacia lo que nos resulta desconcertante de fuera proviene del Romanticismo. Junta ambos datos y ahora entenderás por qué nos cuesta tanto aceptar que los turistas vengan a Cataluña llevando calcetines junto con sus sandalias, aunque haya un motivo ancestral detrás de ello.