Arturo San Agustín, autor de 'Amanecer en el Gianicolo', en las instalaciones de 'Crónica Global' / CG

Arturo San Agustín, autor de 'Amanecer en el Gianicolo', en las instalaciones de 'Crónica Global' / CG

Creación

San Agustín: “Cuando el italiano no puede lograr lo que quiere, pacta; aquí no”

El periodista y escritor, autor de 'Amanecer en el Gianicolo', señala que el Papa Francisco podría ser "el tío de Pablo Iglesias", por "peronista y demagogo"

13 febrero, 2021 00:00

Arturo San Agustín (Barcelona, 1949) está enamorado de Roma, y a la ciudad eterna le ha dedicado su último trabajo, Amanecer en el Gianicolo (Catedral), donde da cuenta de todos sus mitos, sus recuerdos y sus invenciones. San Agustín, periodista y escritor, se ha dedicado en sus últimos años al Vaticano, con un libro en el que desplegó todas sus habilidades para establecer los contactos necesarios con cardenales, monseñores y portavoces papales: Tras el Portón de Bronce. Como buen flâneur, degusta las ciudades, Barcelona entre ellas. Pero se queda con Roma, en parte porque está el Vaticano, pero también porque allí encuentra todo lo que admira, y le hace sentir “vitalmente pleno”. En esta entrevista con Crónica Global señala que "Italia quiere a la cultura y la rentabiliza, aquí no”. Y añade que “el italiano, cuando no puede lograr lo que quiere, pacta, y aquí no, nosotros somos incapaces de pactar".

--Pregunta: Caro diario, de Nanni Moretti, o La gran belleza, de Paolo Sorrentino. En las dos películas podemos ver una Roma distinta.

--Respuesta: La Gran Belleza, sin duda. Primero, porque el director de Caro Diario no me gusta. Pero La Gran Belleza es enorme. Cuando expresé mi gran admiración por la película, mis grandes amigos me dijeron que me había transformado en un turista. Pero no es para nada una película para turistas. Sorrentino no lo dice, pero es un homenaje a Fellini. Y me gusta porque he conocido a esos personajes que aparecen en esa Roma: príncipes romanos, cardenales… se trata de un fresco maravilloso. Los romanos que la critican lo hacen porque se sienten muy reflejados. Pero no es para nada una caricatura.

--Pero más allá de esas imágenes, de esa Roma de noche, desconocida, ¿qué hay de fondo?

--La tipología, los personajes, que reflejan a una parte de la sociedad romana. Lo que pasa es que, además, para nosotros, los periodistas, la imagen de Jep Gambardella, que es periodista, nos gusta y nos lleva a simpatizar con él. Y para mí, en concreto, me gusta porque yo tenía la misma edad que el personaje cuando se estrenó el film. Y me gusta esa frase de Gambardella, de que a partir de los 65 años no se puede perder más el tiempo en las cosas que no te interesan. Supongo que es un momento en el que se piensa si has fracasado o no has conseguido lo que querías, o te preguntas por el sentido del éxito o del fracaso.

--En el libro aparecen lugares, personajes, rincones y sensaciones. Pero, ¿qué ha representado para toda una generación Cinecittà?

--Es nuestro Hollywood y es la fábrica de los sueños, que eran más cercanos para nosotros que los americanos. La épica era para las películas del Oeste, como decía Borges. En Cinecittà se producen comedias, que no se pueden comparar con las nuestras. En España había buenos guionistas y directores, como Azcona o Berlanga. Pero eran comedias costumbristas que acababan siendo amargas. En Italia había tanta crítica social como aquí, pero siempre con una esperanza final. El más crudo neorrealismo, con Vittorio Gassman o Alberto Sordi, con un componente social, pero con esperanza. Aquí todo era gris y sin esperanza. Pero eso era el Hollywood más cercano y el que me hizo feliz. Lejos del cine francés, del arte y ensayo, que era un aburrimiento tremendo.

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--¿Está de acuerdo, entonces, en el título del libro de Pedro Vallín, Me cago en Godard?

--Sí, sí, yo también me cago en Godard. El cine es otra cosa, es espectáculo. Ya no digo lo que sufrimos con Bergman, porque todos pagamos su infancia.

--Señala que, como decía Fellini, los mejores recuerdos son los que se inventan. ¿Es Roma, su Roma, una invención?

--No es una invención, es una realidad, pero cada uno tiene su Roma. Ésta es la mía, por donde he paseado. Es una realidad que te enseña muchas cosas. Y una importante es que hay diferencias entre españoles e italianos. Cuando se dice que somos iguales, no es cierto. El italiano, cuando no puede lograr lo que quiere, acaba pactando, y aquí no, nosotros somos incapaces de pactar. Y luego está la sutileza. Por eso es importante el Vaticano. Se hace política de forma muy distinta. En cuanto a la frase de Fellini, es cierta, salvo cuando practicas el periodismo, porque te debes a los hechos. Pero fuera de la crónica periodística, los recuerdos son inventados a partir de algo real.

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--Unamuno decía que a los catalanes les perdía la estética. ¿Pero es más cierto en el caso de los italianos, si recordamos a Marinetti y la fascinación que creó en un personaje como Mussolini, con la República de Fiume?

--No sé si Unamuno dijo eso en estos términos, aunque así se diga. Los italianos, en todo caso, lo que descubren es que la forma es el fondo. Compramos por la forma, no por el fondo, y eso se ve con el diseño. En Barcelona, la capital española que más ha apostado por el diseño, con dos o tres diseñadores buenos, eso no ha durado ni cinco minutos. En Italia, en cambio, se quiere a la cultura y se rentabiliza, aquí no. El cacareado diseño nos ha durado cinco minutos, producto de ser un nuevo rico, jugando con ello. En Italia entienden que forma parte de ellos mismos, y lo miman.

--Pero esa estética, volvamos a ello, lleva a la fascinación por el fascismo, con el poeta Marinetti.

--Es que la fascinación por los uniformes viene del Imperio Austro-Húngaro y de la Rusia zarista, es lo que explica el fascismo, con el hombre como héroe. Mussolini no inventa nada, pero se atrevió a hacer determinadas cosas y fue jaleado por muchos y admirado por Hitler. Y es que creo que a los hombres nos gusta obedecer. Pero en Roma descubres que Mussolini es un capítulo y ya está. Roma es la suma de muchas cosas. Antes de la pandemia iba dos veces al año. Es la ciudad en la que me siento en plenitud vital, es una ciudad solar, pagana, Papal –que a veces quiere decir pagana--, subterránea, con mucha Historia y muchas historias. Y me gusta porque hay romanas. Y saben cocinar y les gusta comer. Eso da un sentido de la vida muy epicúreo.

--¿Qué enseña Roma, entonces?

--Enseña la tolerancia. Se gesticula, pero la sangre no llega al río. El italiano es melodramático, como decía Montanelli, y el español es tragicómico. Me quedo con el melodrama. Es mi Roma. También creo que solo puedes escribir bien sobre Roma si conoces bien el Vaticano.

--¿Se desprecia, sin embargo, a los romanos?

--Se desprecia a los romanos por no ser muy sofisticados. Florencia es una ciudad muy bonita, pero le falta la imperfección de Roma, aunque, desde cualquier sitio, puedes tomar bellas fotografías. Roma es cálida y Fellini la describe como es. Y si sale un culo gordo, es que el mundo es así, no repleto de gente estilizada. Florencia es exquisita, Venecia tiene canales, y Roma tiene todas las virtudes y algunos defectos, que son necesarios para que una obra maestra sea redonda.

--Roma, ciudad eterna, pero viva. ¿Es la metáfora de la Europa que nos gustaría? ¿La que tiene atractivo, pero no es ni puede ser un museo?

--Creo que la gente tiene una idea de Roma a partir de películas como Gladiator, pero a mí me gusta la Roma del Renacimiento, por sus intrigas palaciegas, por la arquitectura que genera. Lo que pasa, además, es que Roma se defiende a sí misma. Intenta defenderse contra la especulación inmobiliaria. Y eso se ve en el barrio del Trastevere, el antiguo barrio fluvial, que es una especie de Barceloneta. Está viva, descubres la Roma auténtica, la de la sutileza y la vulgar. Es la Roma que más transito. Allí conocí a Bertolucci, cuando ya estaba enfermo e iba en una silla de ruedas, buscando el sol. El director de Novecento y de El último Emperador.

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--Todos íbamos en los años setenta a su casa, en la Via Garibaldi, en el Gianicolo, donde está la Academia de España. Es la Roma más auténtica que queda. Y que ahora están descubriendo los niños bien.

--Esa Roma resiste, esa parte, ¿lo hace también Barcelona?

--Barcelona y Cataluña en general el problema que tienen es que los políticos que hay no representan a la mayoría de catalanes. Y creo que hemos entrado en una fase marcada por la inercia, de E la nave va, un laissez faire, que nos ha llevado a desentendernos de la ciudad y de lo que podría ser.

--Volvamos a Roma, y su intento de defenderse.

--Algunos lo intentan, claro, y otros se benefician del negocio. Pero detectas unos defensores que tratan de frenar la degeneración que representa el turismo. Algo que aquí no pasa.

--¿Italia es la punta de lanza de muchos movimientos, en el campo de la política o de la cultura?

--No sabría responder, pero en algunas cosas puede que sí. Es innegable que los italianos han sido hábiles. Comenzaron dos guerras mundiales en el campo de los malos y salieron de ellas con los vencedores. Eso muestra un cierto mérito. Decía Mastroianni que los uniformes de los militares eran tan bonitos que no eran para ir a una guerra, sino para una fiesta. Pero me interesan los cambios que ha experimentado Roma, por ejemplo, respecto al Vaticano y esos uniformes tan variados de monseñores y cardenales que se han perdido. Todo es más uniforme. Y luego está el Papa Francisco. Creo que un Papa debe ser italiano, y punto. Yo a Francisco, que es jesuita, no lo veo, realmente, como jesuita. Se ha atrevido a decir que ni Dios sabe lo que piensa un jesuita. Yo sospecho que el Papa es tío de Pablo Iglesias. Es peronista, demagogo, abre muchas puertas y no cierra ninguna. El único Papa revolucionario que he conocido es Benedicto XVI, que dimitió. Muy preparado intelectualmente, intentó confrontar fe y razón. Y me interesó mucho.

--¿Los clubs, por tanto, deben ser homogéneos y no tratar de contentar a todo el mundo?

--Es que la Iglesia no puede ser exclusivamente una ONG, debe hablar de Dios. Un Papa no es un político, que se deba preocupar de la pobreza. Debe cuidar de su rebaño, de los católicos. Pero Benedicto XVI cayó mal a los periodistas y ya no levantó el vuelo. En cambio, al Papa Francisco, todo el mundo le ríe las gracias.

--¿Qué representa la mortadela en Italia? ¿A usted le gusta?

--Bueno, esa relación con la mortadela me la contó Fellini. Me invitó a comer un bocadillo de mortadela, y yo le miré con extrañeza. Entonces me dijo que la mortadela es lo que define a toda una generación, tras la guerra. Y la mortadela italiana es excelente. He tenido la oportunidad de conocer a grandes personajes, como Angelicio, un paracaidista durante la guerra que acabó siendo director de la Filmoteca, y que era amigo de Fellini y de Liliana Cavani y Pasolini, mal vistos por el Vaticano. Este personaje consiguió que la oposición del Vaticano a sus películas no fuera rotunda, cuando pidió a Pasolini que incluyera la resurrección de Jesucristo en El Evangelio de San Mateo. Él no quería, porque consideraba que era un cuento, un invento. Pero le hizo caso. Lo que explica eso es que en Italia, en Roma, hay una relación estrecha, de gran nivel intelectual, entre el clero y la intelectualidad, con la utilización siempre de un lenguaje sutil. Aquí eso no se ha producido.

--Explica también el lugar donde se depositó el cadáver de Aldo Moro. ¿Qué representa su figura?

--Es el intento de que se considerara posible que el Partido Comunista pudiera entrar en el Gobierno. Y lo mataron por ello, como dirigente de la Democracia Cristiana. Tristemente se ha olvidado su importancia y su figura. Como también fue importante su amigo, el Papa Pablo VI, que influyó mucho en todos los Papas posteriores y que se enfrentó a Franco, por sus condenas de muerte en los últimos años de la dictadura.  

Arturo San Agustín. escritor de la novela 'Amanecer en el Gianicolo', en las instalaciones de Crónica Global / CG

Arturo San Agustín. escritor de la novela 'Amanecer en el Gianicolo', en las instalaciones de Crónica Global / CG