Alguna vez les he hablado aquí de Ferran Escoda, escritor catalán. Si alguna vez llego a escribir mi canon de la literatura catalana, Escoda figurará en él, sí o sí. Y no figurará en el canon por sus poemarios, valiosos y premiados pero inaccesibles para mí, sino por dos libros de ficción, artefactos vanguardistas que son a la vez divertidos y agudos comentarios críticos a nuestra realidad.
Hablo de Els meus millors pròlegs (ed. La Temerària), donde un escritor dedicado exclusiva y orgullosamente a prologar –es la única tarea que le parece realmente honesta y digna-- libros de autores que cayeron en el desliz y en el narcisismo de escribir obras personales, en vez de sabiamente limitarse a prologar las de otros (y cada “prólogo” o capítulo del libro es una hilarante exégesis de una figura, sólo a medias ficticia, de la literatura catalana contemporánea).
Y de Últims dies a l’Eixample (Penguin Llibres) donde un solitario, insobornable, patético, dignísimo y disparatado propietario de un piso del Ensanche barcelonés, de profesión redactor de esquelas para la prensa --pero esquelas exclusivamente de vecinos de su barrio--, resiste heroicamente a la avidez de los especuladores inmobiliarios que se han apoderado ya de todo el inmueble donde vive, salvo de su vivienda, a la que asedian con las marrullerías repugnantes que hoy son moneda corriente.
Estos libros de Escoda son joyas predilectas de mi selecta biblioteca personal. Escoda no podía faltar a esta serie de artículos en los que figuras destacadas de nuestra vida cultural celebran una obra de arte contemporáneo. Ayer le escribí solicitándole su colaboración, y a vuelta de correo me encontré su respuesta. Ésta:
“La masia”, de Joan Miró. National Gallery of Art, Washington D.C.
“Ante la posibilidad distópica de arramblar con una pintura —tal como la protagonista de Pluribus que se apalanca una O’Keeffe del museo y se la cuelga en la salita—, la obra que escogería sería La Masia de Joan Miró, una composición de 1921-22 que resume, y diría que culmina, una etapa del camino mironiano, que aún no ha llegado al “asesinato” de la pintura, pero que transmite una fuerza rayana a lo agresivo, con un equilibrio pensado al milímetro.
La masía representada, enclavada en Montroig, en el Baix Camp tarraconense, es para Miró la quintaesencia de la catalanidad; de ahí nace esa agresividad, del enfado de Miró con el esnobismo que desprecia las raíces. Todo esto y más cosas convierten esta pintura para mí en algo que fascina e inquieta, que remueve mi contemplación de la tierra y del país que la conforma. Probablemente no soportaría su visión cotidiana.
Josep Goday. Sense títol. (Propiedad particular)
Por eso ante la necesidad de tener un cuadro cercano, en su día aproveché la generosidad de Josep Goday, mi suegro, que me ofreció la posibilidad de “apoderarme” de esta obra suya, que me ha proporcionado horas y días de contemplación equilibrada, pero también con su dosis de misterio constructivo, una vaga presencia vegetal y una cruz central que asustaba a su cuñado, el mefistofélico miembro de Dau al Set Modest Cuixart.
Josep Goday (Barcelona, 1914-2012) fue un acuarelista, formado en la Arquitectura, con una técnica depurada a lo largo de años y con una sensibilidad especial para los paisajes. Fue un artista sin más ambición que la de su trabajo diario y constante, y que alcanzó destellos de maestro en su especialidad. Anualmente celebraba una exposición en la desaparecida Pinacoteca del passeig de Gràcia de Barcelona; también expuso en París, donde pocos años antes Joan Miró había vendido La Masia a Ernest Hemingway.”
Muy buena selección la de Escoda. No sólo por el óleo paradigma de Miró, puñetazo sobre la mesa y alarde de ideas. También yo asistí en su día a algunas exposiciones de Goday en La Pinacoteca. Era un acuarelista de una delicadeza, pulcritud y elegancia exquisitas, evitaba el pathos y se inclinaba a plasmar paisajes urbanos de diferentes ciudades europeas, centrando la mirada en los juegos formales de los conjuntos de edificios.
Pintó mucho: si se reuniesen todas sus acuarelas, una al lado de la otra, compondrían un resumen del mundo que nos parecería bastante más distinguido de lo que me temo que realmente es.
