
Un bote de arsénico PIXABAY
“Mataban con lo que tenían en casa”
En 'Envenenadoras', la farmacéutica y criminóloga Marisol Donis recopila casos reales de mujeres de la historia reciente que optaron por el envenenamiento para asesinar a sus víctimas
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Marisol Donis estudió Farmacia, pero, después de 20 años al frente de su propio negocio, acabó “harta” de la botica y decidió volver a la universidad para formarse en Criminología.
“Has cambiado los venenos por los envenenamientos”, le dijo un profesor. Ella asintió. “Pues deberías escribir sobre esto”.
Dos años de investigación
Así fue como esta farmacéutica y criminóloga afincada en Madrid decidió ponerse a investigar los envenenamientos producidos por mujeres de nuestro país a lo largo del siglo XIX y principios del XX, prestando atención no solo a los hechos y métodos empleados para cometer el crimen, sino a las publicaciones de la prensa, las investigaciones policiales y la atención popular que despertaron.
“Me tiré dos años investigando en archivos y bibliotecas, e incluso me desplacé a algunos municipios donde sucedieron los hechos para ver quién se acordaba de ellas”, explica por teléfono la autora de Envenenadoras (Alrevés, 2025), una recopilación de más de 40 crímenes cometidos por envenenadoras españolas en la historia reciente, que, 22 años después de su publicación original, acaba de reeditar la editorial barcelonesa Alrevés en una versión ampliada, incluyendo nuevos casos de otros países europeos.

Portada de 'Envenenadoras'
Diferencias entre Francia y España
“En esta nueva edición comparo mucho cómo se trataba a una mujer delincuente en Francia y en España”, explica Donis.
En Francia, detalla, las acusadas acudían al juicio “muy elegantes, muy finas” y algunas incluso se encerraban en prisión junto a sus criadas, para que las peinaran, ya que podían recibir visitas y recibían cartas de sus admiradores.
La influencia de la prensa
No solo eso. A los juicios, abiertos al público, asistían señoras con el objetivo de poder ver, con admiración, a las acusadas.
“La prensa del momento tiene mucho que ver con la forma en que se veía a las acusadas”, explica.

Marisol Donis
Descripciones terribles
Los periódicos españoles de finales del siglo XIX, en lugar de alentar la admiración por estas mujeres, contaban con temidas plumas como la de Luis Bonafoux, más conocido por el apodo de La víbora de Asniéres, que, tras asistir al juicio de la famosa envenenadora italiana Linda Murri en Turín, la describió como “pequeñita, negrucha, flacucha, en los huesos casi, prematuramente pellejosa y psicológicamente vulgar”.
De Grete Beier, una joven alemana condenada a muerte por asesinar a su pareja de un tiro a bocajarro tras envenenarlo con cianuro, Ángel Guerra, periodista de La Correspondencia de España, escribió: “Rubia, de ojos azules, ruin, capaz de cualquier monstruosidad. Verdaderamente era una anormal”.
Pena de muerte
A lo que añadió: “De haber sido francesa, el horrible tajo no hubiera cercenado la cabecita loca de Grete, ávida de vivir a sus 19 años. En Francia hubiera sido indultada y el público la hubiera perdonado”.
“La justicia francesa no se planteaba ejecutar a una mujer, mientras que en nuestro país la pena de muerte no hacía diferencia entre hombres y mujeres, a pesar de que en esa época la mujer era considerada un cero a la izquierda”, comenta la autora, orgullosa de la intensa labor de investigación llevada a cabo para realizar el libro, que implicó la lectura de las resoluciones de cada caso y de las opiniones del periodista de sucesos que lo cubrió.
Sospechas
Aun así, “siempre quedaba la duda de si había sido un error judicial. ¡Es tan difícil detectar el veneno!”, explica.
“Lo fundamental para una acusación de envenenamiento es la sospecha”, añade. El caso de Catalina Domingo Campins, conocida como La multienvenenadora de Mallorca, es muy representativo.

Catalina Domingo Campins EL ESPAÑOL
Dos hijos envenenados
Catalina y su marido, Pedro Coll, tuvieron dos hijos. El primero, un niño, se enfermó cuando tenía 5 años, “sin saber cómo ni por qué, con una especie de cólico con diarreas y vómitos que le fueron quitando la vida poco a poco, hasta que a los 15 días de empezar los síntomas falleció”, escribe Donis en el libro.
El segundo hijo, una niña, nació tras el fallecimiento de su hermano y a los 17 meses murió de forma rápida e inexplicable.
Una herencia millonaria
Años más tarde, su marido empezó a quejarse de malestar estomacal y también falleció (1968). Tres meses y medio después, murieron su tío y poco después su esposa, con los mismos síntomas, quedando Catalina heredera de toda la fortuna familiar.
Vista la casual concatenación de fallecimientos, los médicos alertaron a las autoridades policiales de la isla, que ordenaron la exhumación de los cuerpos y hallaron grandes cuantidades de arsénico, confirmándose las sospechas de envenenamiento.
"Los hombres no tienen tanta paciencia"
“Siete de cada 10 envenenamientos son cometidos por mujeres”, explica, justificando su interés en el perfil de las mujeres envenenadoras. “Los hombres no tienen tanta paciencia, tiran antes de la navaja o la pistola. En cambio, la mujer es capaz de sentarse a pensar cómo y con qué matar, es meticulosa, analiza lo que tiene en casa”, relata.
Pone como ejemplo el caso de Mary Ann Cotton, mujer inglesa de mediados del siglo XIX que asesinó a sus cuatro maridos y a los 11 hijos que tuvo con ellos, además de a su madre y a dos amantes, mediante el arsénico en forma de arsenito de cobre contenido en los motivos florales de color verde de un papel pintado.

La historia de Mary Ann Cotton
Amas de casa
Lejos de esconderlo, la asesina tenía los frascos de cristal conteniendo aceite enriquecido con arsénico en una estantería de la cocina, “como decorando, bien a la vista, y nadie sospechó”, escribe Donis.
“La mayoría de las envenenadoras de mi libro son amas de casa, mataban con lo que tenían en casa”, insiste la veterana farmacéutica y criminóloga, convencida de que el veneno –fueran alcaloides, psicótropos, medicamentos o productos domésticos, como puntas de alfiler– mezclado con una buena dosis de astucia, disimulo y precisión, ofrecía un sustituto perfecto a la debilidad física de la mujer.