"Mi padre es el motor que me ha puesto a escribir"
En su segunda novela, la barcelonesa Montse Coll relata el contraste entre el glamour de los pelotaris vascos que emigraron a Estados Unidos para jugar a pelota vasca y los que se fueron para trabajar como pastores de ovejas a las Montañas Rocosas
6 octubre, 2024 00:00Montse Coll i Piera (Barcelona, 1958) tiene muy claro de dónde surge su amor por la lectura y la escritura: de su padre. "Mi padre era químico, pero también un hombre de una curiosidad espectacular, un lletraferit que se había leído desde los clásicos griegos, como la Ilíada y la Odisea, hasta las novelas de Harry Potter", se ríe esta arquitecta y escritora barcelonesa, que este verano se ha leído toda la saga de novelas juveniles de J.K Rowling, en homenaje a su padre fallecido. "Al ver a su nieta tan enganchada, se puso a leerlas él también. 'Es que están muy bien', me aseguraba, al ver mi cara de duda, y resulta que tenía razón", admite Coll, que además de a leer a Harry Potter ha dedicado los últimos meses a traducir los quinientos poemas que su padre dejó escritos a mano antes de morir, sin que nadie de la familia lo supiera. "Mi padre es el motor que me ha puesto a escribir", confiesa.
La carrera literaria de Coll empezó en 2017, cuando, coincidiendo con su prejubilación, decidió apuntarse a la escuela de escritura del Ateneu Barcelonès para desarrollar una idea de novela que tenía en mente desde hacía tiempo. "Mi intención era escribir una versión barcelonesa del Cuarteto de Alejandría", explica Coll en referencia a la célebre novela de Lawrence Durrell, que había leído de joven en casa gracias a una antigua edición en catalán de la biblioteca de su padre. "Fue un libro que me impactó", admite.
El resultado —bastante más breve que los cuatro tomos que ocupa la obra de Durrell — es Les quatre de Barcelona (L’Albi, 2022), una novela sobre la amistad entre cuatro amigas de su misma generación que repasan sus vidas, pasiones y traumas a partir de unos hechos del pasado que jamás llegaron a suceder pero que las marcó para siempre.
Machismo psicológico
"Es una novela con puntos autobiográficos, pero parte de un tema que me inquietaba desde hacía tiempo: ¿hasta dónde podemos llegar por una amistad? ¿dónde están los límites? ¿Qué hay que callarse y qué no frente a una amiga?", explica.
Por otro lado, la novela indaga también en el machismo psicológico "que hemos sufrido durante muchos años las mujeres de mi edad, especialmente desde que nos casamos. En las cenas y encuentros sociales, por ejemplo, los hombres eran los protagonistas absolutos, nosotras éramos simples comparsas, 'las esposas de', y se contaban bromas machistas que era ofensivas para nosotras, pero nos reíamos igual, participábamos de ese machismo sin darnos cuenta. Eso ahora sería impensable", explica, resaltando por otra parte la importancia que tiene en su libro la amistad perdurable en el tiempo entre mujeres 'esposas de' cuando los matrimonios se rompen.
Su segunda novela, publicada en junio de este año, no tiene tanto que ver con la necesidad de plasmar una inquietud personal sino unos hechos históricos que marcaron la vida de su marido, Iñaki Solozabal, hijo de pelotari y conocido exjugador de baloncesto del F.C. Barcelona, y la de muchas otras familias originarias de Markina, en el corazón del País Vasco. "Cuando mi marido me llevó a Markina por primera vez a conocer a su familia, en los años 80, descubrí que allí casi todo el mundo tiene parientes en América. Algunos son descendientes de pelotaris profesionales, como el padre de mi marido, que antes de establecerse en Barcelona, había jugado a cesta punta por todo el mundo: Miami, México, Cuba…Y otros son descendientes de pastores de ovejas que, a finales del siglo XIX, pero sobre todo después de la guerra civil, se marcharon a trabajar a los pastos de Nevada, Idaho o Iowa. Los pastores vascos estaban muy buscados para este tipo de trabajo tan duro, que implicaba pasarse dos o tres meses solos…", comenta Coll, que en mayo publicó Amerikarrak (L’Albi, 2024), una novela en catalán ambientada en la diáspora americana de los vascos del siglo XX.
"Lo que más me interesaba era el cruce entre estos dos perfiles tan diferentes, por un lado los pastores de ovejas, enfrentados a una vida dura y solitaria, por otro lado, los pelotaris, o jai alai, que vivían expuestos al glamour y la vida pública de la jet set de Miami, coincidiendo con el boom de las apuestas de los años 40. El padre de mi marido tenía fotos junto a actores y cantantes famosos”, explica la autora, que para documentarse para la novela tuvo acceso a decenas de fotos antiguas proporcionadas por las familias de Markina. "El vestido blanco glamuroso de los pelotaris contrasta mucho con el aspecto austero de los pastores de ovejas", observa.
La huella de ETA
La historia de Amerikarrak ("los americanos", en euskera) arranca en los años 80, cuando Karmele, prisionera de ETA de ficción, sale de la cárcel de Yeserías después de seis años encerrada por unos delitos que no ha cometido, y le pide a su abuela, la amama Benantzi, que le relate la historia de sus orígenes.
"No podía obviar ETA si quería ambientar mi novela en los 80, los años más duro del terrorismo. En esa época todas las familias de Markina estaban "manchadas" de una forma u otra por ETA, y yo pensaba, antes de llegar, 'será como la guerra', pero al llegar veías que nadie hablaba del tema, era como si no ocurriese nada", recuerda Coll, que lleva más de cuarenta años visitando la tierra de su marido y conoce bien la sociedad vasca. Aunque no cree demasiado en estereotipos, se atrevería a reafirmar que son una sociedad sumamente matriarcal. "Los hombres se van a cazar, a jugar a pelota, a cocinar con sus sociedades culinarias, a lo que sea... pero allí no se toma ninguna decisión importante sin consultar a la matriarca, a la amama", se ríe. También admite que son muy de lo suyo a la hora de comer y que, con tantos parientes en Estados Unidos que visitan el pueblo cada verano, le extraña que no se coman más hamburguesas, pizzas o bocadillos de crema de cacahuete. "A cualquier sitio que van, siempre suspiran por sus platos, su txacolí", se ríe.